"Los caballeros", intento de Guy Ritchie de volver a sus raíces. En un intento por retornar a sus orígenes, al cine indie, a la comedia ácida de Juegos, Trampas y Dos Armas Humeantes (1998) y Snatch: Cerdos y Diamantes (2000), el director inglés Guy Ritchie nos presenta Los caballeros. La historia gira en torno al norteamericano Mickey Pearson (Matthew McConaughey), dueño del altamente lucrativo imperio de marihuana en Inglaterra desde hace mucho tiempo, que decide vender su negocio a Matthew Berger (Jeremy Strong) por una cifra multimillonaria para retirarse y vivir tranquilo junto a su esposa Rosalind (Michelle Dockery). La trama se complica cuando aparece Dry Eye (Henry Golding), un sicario de la mafia china sumamente ambicioso y sanguinario, que hace lo imposible para apropiarse del dominio de Pearson. Esto desencadena una serie de complots, traiciones, chantajes, intrigas, sobornos, en los cuales interviene un grupo variopinto de personajes. La narración se enmarca en el relato que Fletcher (Hugh Grant) –detective privado y aspirante a guionista cinematográfico- le realiza a Ray (Charlie Hunnam) –asistente de Pearson- respecto a lo que descubrió del rey de la droga con el fin de extorsionar tanto a Ray como a su jefe. Fletcher amenaza con pasarle la información que tiene de Pearson a Big Dave (Eddie Marsan), el editor de un importante diario que odia a Pearson. Este ir y venir continuamente al encuentro entre Fletcher y Ray le resta fuerza a la historia ya que así aparece mediada por la voz en off del primero. Sin duda, en este caso la voz en off constituye un obstáculo para el fluir normal de la narración. El guion presenta falencias en relación a la construcción de los personajes. Algunos son muy endebles y desdibujados como el de Matthew Berger, y otros directamente caricaturescos e inverosímiles como el del Entrenador (Colin Farrell), líder de un grupo de boxeadores amateurs que sirven como una especie de fuerza de tareas. Hay subtramas como la de los jóvenes heroinómanos que no se justifican. Pareciera que se trató de sumar personajes y temas de forma atropellada como un intento de complejizar un guion que, en realidad, más que complejo es previsible y lineal, al margen de alguna ligera vuelta de tuerca. La débil elaboración de los personajes impide que muchos actores se luzcan. Algunos están desaprovechados como el propio protagonista central Matthew McConaughey y Jeremy Strong. En tanto, Hugh Grant brinda una composición lograda de ese extorsionador pletórico de sarcasmo. También se destacan los trabajos de Charlie Hunnam y Henry Golding. En suma, a pesar de un guion apenas correcto y predecible, esta comedia de gangsters se deja ver por resultar entretenida y ofrecer una dosis de humor y mordacidad así como alusiones cinéfilas divertidas. La intención de Ritchie de volver a sus raíces queda a mitad de camino. Su cine perdió la brillantez y la originalidad de antaño. Sin embargo, Los caballeros puede ser el comienzo de una nueva etapa en la cual consiga, de a poco, retomar la senda que lo reveló a fines de los 90 como un director talentoso y audaz.
Conmovedora biopic de una figura estelar. Dirigida por el inglés Rupert Goold y protagonizada por Renée Zellweger, la película está ambientada en el invierno boreal de 1968 cuando Judy Garland viajó a Londres para ofrecer una serie de conciertos en el club nocturno Talk of the Town. Asistimos a la etapa de declive de la actriz y cantante, tanto de su vida personal como profesional. Asediada por sus problemas emocionales, su adicción a las pastillas y al alcohol, el insomnio y la soledad, los estudios ya no la contrataban por no ser “asegurable”; por lo tanto se veía forzada a realizar espectáculos de varieté para intentar ganar dinero que le permitiera mantener a sus dos hijos menores, cuya custodia peleaba en una dura batalla con su ex marido Sid Luft (Rufus Sewell). Los shows de Londres serían los últimos de su carrera ya que fallecería al año siguiente, a los 47 años. Inspirado en la obra teatral Al final del arco iris, de Peter Quilter, el guion de Tom Edge se estructura en base a un contrapunto entre la adolescente Judy (Darci Shaw), cuando protagonizó El Mago de Oz, y su época actual de diva consagrada, venerada por todos pero al mismo tiempo criatura de una enorme fragilidad. De esta manera, vemos el rígido, casi carcelario régimen de rodaje de la citada película al que la somete la Metro Goldwyn Meyer, con sus largas jornadas de filmación que la van induciendo a consumir pastillas, la estricta dieta alimentaria que debía sostener, la presión constante del titular del estudio Louis B. Mayer frente a la rebeldía de la joven Judy, que lo único que deseaba era tener una infancia normal como el resto de las chicas. Lamentablemente, el alto costo que tendría que pagar por ser una estrella precoz sería la pérdida de su infancia e inocencia. En los shows que Garland brindó en Londres se alcanza a vislumbrar los alcances de una auténtica leyenda. Una noche era aplaudida por el público a más no poder por su ilimitado talento, su magnetismo, su brillantez, mientras que en la siguiente protagonizaba un escándalo al caerse en el escenario por su estado de embriaguez e insultar al auditorio que la abucheaba. Las canciones —interpretadas maravillosamente por la propia Renée Zellweger— se integran a la narración de manera plena y eficaz. Así, el primer tema que cantó Judy en su debut fue By myself, en el cual se reafirmaba con orgullo en su individualidad frente a su situación de soledad. Lo mismo puede decirse respecto al tema For once in my life, que interpretó con toda la alegría que le acarreaba su quinto matrimonio con el empresario Mickey Deans (Finn Wittrock) y cuya letra remite justamente a tal estado. El trabajo de Renée Zellweger en la piel de Judy Garland es descomunal. En lugar de imitar a la diva, recreó a su modo las miradas, los gestos, los movimientos en el escenario, la forma de cantar de Garland. Zellweger interpreta las canciones no sólo con una voz preciosa sino con el cuerpo, la expresión y la actitud, deja todo en el escenario. Su rostro refleja el desencanto, la tristeza, la frustración de Judy pero también ese breve lapso de felicidad cuando Mickey Deans apareció en su vida. Sin duda, es el mejor rol de su carrera, por el cual viene cosechando relevantes premios como el Globo de Oro, el Critic’s Choice Award, el SAG y el BAFTA. Este domingo sabremos si esa conjunción de distinciones se corona con el Oscar al cual está nominada. Después de algunas películas fallidas, Zellweger regresa a los primeros planos con una composición fulgurante. Por otra parte, Darci Shaw cumple una interesante labor en el papel de la joven Judy: es natural y espontánea. El resto del elenco no desentona, acompaña con corrección. Además de los mencionados Rufus Sewell y Finn Wittrock, se destacan Jessie Buckley como Rosalyn, la asistente de Judy, Michael Gambon como el productor de los conciertos Bernard Delfont y Richard Cordery como el presidente de la Metro, Louis B. Mayer. En definitiva, Judy es una biopic emotiva y conmovedora que nos hará reflexionar sobre el precio de la fama precoz: la desolación, el desamparo, la resignación. Es un filme que nos brinda la descollante actuación de Renée Zellweger y el excelente vestuario de Jany Temime, con esos coloridos trajes masculinos que lucía Judy y unos vestidos sencillos, acordes a su endeblez. No es una gran película pero nos permite sumergirnos en el último tramo de la vida de una de las figuras más importantes en la historia del cine y disfrutar de su música con bellas canciones interpretadas por la propia Renée Zellweger.
Liviandad por sobre todo. El estadounidense Ira Sachs dirige este melodrama más apropiado para la televisión que para la pantalla grande. El film está protagonizado por Isabelle Huppert, quien interpreta a Françoise Crémont —Frankie—, una famosa actriz francesa con una enfermedad terminal que decide tomarse unas vacaciones con su familia y una amiga en un paradisíaco pueblo de Portugal. La presencia de una figura consagrada como Huppert y el hecho de que la película haya formado parte de la competencia oficial del Festival de Cannes 2019 harían suponer que la calidad está garantizada y que nos disponemos a ver un gran film. Lamentablemente, no es así. Frankie presenta un argumento insulso, carente de relevancia. Los diálogos son superficiales, obvios, no hay el mínimo esmero en contar una historia coherente, sustancial. La película no encuentra el rumbo en ningún momento. Lo más grave es que esa apatía se contagia a la propia Huppert y al resto de los actores, figuras de la talla de Brendan Gleeson, Jérémie Renier, Marisa Tomei y Greg Kinnear. Resulta frustrante ver cómo un reparto estelar como éste se desperdicia a más no poder. Por momentos hay destellos de Huppert —con esa tristeza que atraviesa su rostro durante todo el filme—, Gleeson —el esposo de Frankie— y sobre todo Tomei —como la estilista hollywoodense amiga de Frankie— pero en general todos sucumben a la banalidad de la trama. La proximidad de la muerte, los desencuentros amorosos, la pena ante el ser querido que sabemos pronto partirá, la tensa relación entre una madre y su hijo, la soledad, la frustración son todos temas tratados muy por encima, sin la rigurosidad y la profundidad que requerirían. La subtrama de la pareja conformada por Gary (Greg Kinnear) y Ilene (Marisa Tomei) es abordada con una precariedad que asombra. Lo mismo puede decirse del dolor que experimenta Paul (Jérémie Renier) —hijo de Frankie— frente a una vida que no lo satisface, en definitiva, frente a la infelicidad. No se alcanza a dilucidar qué quisieron decir y contar Ira Sachs y Mauricio Zacharias con este pobre guion. Sabemos que el tópico de los enfermos terminales es un género cinematográfico en sí mismo que a veces puede resultar trillado, pero eso no quita que haya maneras originales, inteligentes, conmovedoras para encararlo. Evidentemente, Frankie no es el caso.
Crónica fiel de una problemática actual. El director español Rodrigo Sorogoyen nos presenta un thriller político cargado de adrenalina. Se trata de El reino de la corrupción —ganador de siete Premios Goya— en el cual retrata la inmoralidad inherente al sistema de partidos de su país. Manuel López Vidal (Antonio de la Torre) es vicesecretario de una comunidad autónoma, un dirigente influyente preparado para dar el gran salto a la política nacional. Su porvenir idílico se derrumba cuando salen a la luz grabaciones que lo implican en un caso de corrupción junto a Paco (Nacho Fresneda), compañero del partido y uno de sus mejores amigos. Mientras el partido lo absuelve de culpa y cargo a Paco, le endilga toda la responsabilidad a Manuel. Nuestro protagonista es expulsado del partido, traicionado por sus compañeros más cercanos y señalado por la opinión pública. A partir de ese momento comienza el descenso a los infiernos de Manuel, quien en una carrera contrarreloj intentará no caer solo y demostrar que él es apenas un engranaje más de una colosal maquinaria de corrupción integrada por políticos, empresarios y medios de comunicación. La virtud principal del guion —del propio realizador y de Isabel Peña— es lograr que el espectador empatice y se identifique con la batalla que emprende Manuel a pesar de saber que es un corrupto e inmoral que consiguió su alto estatus económico mediante el fraude y el tráfico de influencias, dos de los delitos de los cuales se lo acusa. El espectador se pone en la piel de Manuel y, de alguna manera, lo acompaña en su devenir frenético por hacer “justicia”. El punto de vista del relato es el de Manuel, quien aparece en todas las escenas y, en muchas de ellas, en reveladores primeros planos. Gran desafío para Antonio de la Torre, del cual el actor sale airoso: su rostro y sus movimientos transmiten su desesperación y su obsesión por arrastrar a todo un sistema putrefacto hacia las sombras y así salvar en cierta forma su pellejo. En una palabra, que su caída no sea tan profunda, más allá de que, a partir del momento en que trascienden los audios comprometedores, se convierte en un auténtico cadáver político. El film tiene un ritmo vertiginoso que no da respiro. Es un thriller con todas las letras. A partir de la segunda mitad transita una espiral de suspenso en la cual el espectador se siente absoluto partícipe. En este sentido, la música de Olivier Arson juega un rol fundamental, ya que suma dramatismo al relato. Sorogoyen es un director que se arriesga y muestra su talento en cada plano. Hay escenas memorables como la que transcurre dentro del auto y la de la conversación de Manuel con un compañero de su partido en el balcón. La película aborda un tema espinoso y urticante con sobrada altura, siendo una crónica necesaria e impactante de la corrupción política española y de un sistema de partidos corroído por la inmoralidad. Asistimos a un relato electrizante, con un audaz tratamiento de cámara y una música ideal que subraya con acierto los pasajes más significativos de la trama. El alto nivel del elenco en su conjunto es el broche de oro de esta apuesta sin tapujos por pintar una realidad que golpea a varias sociedades de este tiempo.
Ilusión adolescente sin límites. El actor británico devenido director Max Minghella nos presenta su ópera prima, Alcanzando tu sueño (Teen spirit), basada en su propio guion. La trama gira en torno a una adolescente de 17 años, Violet (Elle Fanning), que quiere dejar su pueblo de la Isla de Wight (Reino Unido), donde lleva una vida triste y rutinaria, para triunfar en el mundo de la música como cantante, su máxima pasión y vocación. Además de asistir al colegio secundario y realizar las tareas de la granja familiar, Violet trabaja los fines de semana como camarera y canta en un local nocturno de cuarta categoría ante una mínima audiencia. Allí la ve Vlad (Zlatko Buric), un hombre extraño, de origen croata, ex cantante de ópera, que alaba las condiciones de Violet y se termina convirtiendo en su manager y tutor cuando la joven se inscribe en un concurso televisivo —llamado Teen spirit— donde se elegirá a la nueva figura joven de la canción del país. Si bien el tema tratado es remanido y fue abordado en numerosas ocasiones por el cine a través de películas que en muchos casos se convirtieron en verdaderos clásicos, Alcanzando tu sueño tiene su atractivo, cimentado en el acertado desarrollo de los personajes y en las actuaciones. El filme mantiene el interés del espectador cuando muestra la conflictiva relación entre Violet y su madre María (Agnieszka Grochowska), quien al principio se opone a que su hija se vuelque al mundo artístico pero luego va cediendo a los deseos de la adolescente. O cuando vemos el vínculo fraternal, de mentor y discípula, de padre e hija que se produce entre Vlad y Violet aunque también tiene sus momentos álgidos como todo lazo humano. Asimismo, la película dedica un párrafo a las miserias del show business, retratadas en el personaje de Jules (Rebecca Hall), la manipuladora productora del concurso televisivo que pretende que Violet firme un contrato con condiciones leoninas. Elle Fanning cumple una labor notable como esa adolescente solitaria y parca que sabe lo que quiere y lucha para conseguirlo con decisión y firmeza frente a todos los obstáculos. Deslumbra con su carisma, magnetismo y también con su voz, ya que varias de las canciones del soundtrack son interpretadas por ella. Por su parte, Zlatko Buric, con su mirada profunda y triste, y su economía de gestos compone a un Vlad nostalgioso, alcohólico, sin rumbo, dolido por estar distanciado de su hija, que le encuentra un sentido a su vida desde que conoce a Violet. La química entre ambos logra escenas enternecedoras que calan hondo en el espectador. También son valiosos los trabajos de Agnieszka Grochowska como esa madre rigurosa y distante que luego toma otra actitud frente al sueño de su hija, y de Rebecca Hall, la productora con modos elegantes y refinados, y una sonrisa maléfica que lo dice todo. En síntesis, la película no tiene mayores pretensiones, se propone contar una historia simple, un poco trillada, pero la cuenta bien y con satisfactorias actuaciones. Aunque en algunos tramos se torna previsible y lineal, consigue atraer al espectador a partir de unos personajes correctamente elaborados y verosímiles. Elle Fanning, con sus apenas 21 años, se pone el film al hombro y sale airosa de tal desafío.
La reivindicación de los perdedores. Llegó a los cines la nueva película de Sebastián Borensztein, la tan esperada La odisea de los giles, que se exhibe en 400 salas de todo el país, marcando un récord histórico para una producción argentina. Basada en la novela La noche de la usina, de Eduardo Sacheri, la historia se desarrolla en un pequeño pueblo de la Provincia de Buenos Aires durante el 2001. Un grupo de vecinos y amigos de la localidad recauda una suma de dinero para volver a poner en marcha una acopiadora de granos abandonada a través de una cooperativa de trabajo. Al poco tiempo, durante el famoso “corralito”, descubren que perdieron sus ahorros porque fueron víctimas de una estafa pergeñada por un codicioso abogado y un gerente de banco que contaban con información acerca de la polémica medida que iba a tomarse en el país. A partir de ese momento, se organizan y elaboran un puntilloso plan para recuperar lo que les pertenece. La película está protagonizada por un elenco coral de primer nivel: Darín padre e hijo, Luis Brandoni, Verónica Llinás, Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Rita Cortese, Marco Antonio Caponi y el colombiano Andrés Parra. Es la primera vez que Ricardo Darín y su hijo, “El Chino”, actúan juntos en la pantalla grande. El proyecto surgió de su productora a partir de la lectura de la novela. El filme está atravesado por varios géneros. Por un lado, tiene como base un conflicto dramático con pinceladas de un humor subyacente a todos los personajes y situaciones. Por otro, esta gesta colectiva toma la forma de una aventura y un thriller, delineados con tal eficacia y precisión que logran mantener atrapado al espectador hasta el final. Un hecho a destacar es la heterogeneidad de los personajes. Pertenecen a distintas clases sociales, tienen diferentes ideologías políticas pero, a pesar de eso, se unen en pos de un objetivo común, superador. Como lo dijo el propio Ricardo Darín, cuando se produce una situación que afecta a todos, las fronteras sociales se diluyen y la reacción pasa a ser comunitaria. En este sentido, resulta gracioso el contraste ideológico entre el anarquista que interpreta Brandoni con el peronista Aráoz; ambos se lanzan chicanas mutuamente en forma constante. La trama puede despertar cierta controversia porque puede asimilarse a una especie de “justicia por mano propia”, si bien en ningún momento se apela a la violencia. En realidad se trata de una empresa grupal que más que a la venganza, apunta a la revancha y a la reparación. Es la reivindicación de los perdedores que, vistos individualmente, no parecen estar a la altura de las circunstancias pero unidos se van complementando para llevar a cabo cada paso del plan a conciencia. Está bien logrado el vínculo entre los Perlassi, padre e hijo (Ricardo Darín y Chino Darín) así como el del matrimonio conformado por Ricardo Darín y Llinás. En ambos casos se nota que se trabajó profundamente en el set los condimentos de afecto, complicidad y contención que debían tener esos lazos. A su vez, hubiera sido interesante un mayor desarrollo de la relación entre la empresaria del transporte interpretada por Cortese y su hijo (Caponi), ya que primera vista parecía un tópico muy rico para explorar. En cuanto a las actuaciones, no hay personajes secundarios, todos tienen una historia que les permite lucirse. Sale a la luz todo el oficio de figuras de la talla de Ricardo Darín, Chino Darín, Luis Brandoni, Rita Cortese, Daniel Aráoz, Verónica Llinás, protagonista de una escena antológica, todos brindando un trabajo de una entrega enorme al servicio de la trama. Descolla Carlos Belloso componiendo al “Loco” Medina, una de esas criaturas extrañas a los que nos tiene acostumbrados. Lo mismo puede decirse de Andrés Parra, en el papel del inescrupuloso abogado que también tiene su veta cómica; un acierto absoluto de casting. En suma, se trata de una película que relata una épica colectiva, mezcla de comedia dramática, aventuras y thriller con un sólido guion de Borensztein y Sacheri, donde no falta el suspenso y un humor que se desprende de los personajes y las situaciones. Una apuesta fuerte del cine argentino sobre la dignidad, la justicia y el amor propio.
Desafiando prejuicios en la tercera edad. Esta comedia dramática dirigida por Zara Hayes y protagonizada por Diane Keaton aborda temas como la vejez, la amistad, la enfermedad y la liberación femenina, aunque de manera muy superficial. El personaje de Keaton, Martha, es una mujer soltera, sin hijos, de unos setenta años que, aquejada por un cáncer terminal, decide vender todas sus cosas e instalarse en una comunidad de retiro en Georgia. Las reglas del lugar marcan que todos los habitantes deben unirse a un club o formar uno por su cuenta. Martha se hace muy amiga de una vecina, Sheryl (Jacki Weaver), y juntas tendrán la alocada idea de crear un club de porristas, un viejo sueño de juventud de Marha que nunca había podido concretar. A ellas dos se sumarán seis mujeres más, todas de la tercera edad. Pese a la dura oposición del concejo municipal liderado por Vicki (Celia Weston), las ocho integrantes de la troupe se saldrán con la suya y participarán de una prestigiosa competición, entrenadas por la joven porrista Chloe (Alisha Boe), que es estudiante de un colegio secundario de la zona. El guion de Shane Atkinson presenta un grave problema: la precariedad en la conformación de los personajes. En el caso de Martha, sabemos que tiene un cáncer terminal y que desiste de realizar el tratamiento pero no queda claro por qué. Lo mismo sucede con Sheryl, su amiga inseparable, de quien tenemos pocos datos, y así sucesivamente con el resto de los roles. La trama es muy pobre; la intención parece ser la de lograr la emoción del espectador al ver la desfachatez de estas señoras mayores que desafían todos los prejuicios de la sociedad y de sus familias para materializar una especie de liberación. Sin embargo, el objetivo de la emoción apenas se consigue, ya que por momentos la historia se vuelve errática y aburrida. Un aspecto positivo del film es que rescata y pone en un primer plano el valor de la amistad, a través del vínculo entre Martha y Sheryl, que se afianza cuando esta última se entera de la enfermedad que sufre su vecina y compañera; se nota una química entre ambas actrices que traspasa la pantalla. En cuanto a las actuaciones, Diane Keaton pone todo su desparpajo y gracia al servicio de la historia, muy bien acompañada por Jacki Weaver, Rhea Perlman y Pam Grier. En tanto, Alisha Boe, como la joven porrista que se rinde ante el afecto de estas señoras y las adopta como sus abuelas, demuestra mucho carisma en su papel. A su vez, es correcto el trabajo de Charlie Tahan como Ben, el joven secretamente enamorado de Chloe que prepara la música para las presentaciones de las porristas. En definitiva, el objetivo de conmover al espectador queda trunco a partir de un guion lineal y previsible, que no profundiza en nada. Se logra transmitir el mensaje de que la vejez y la enfermedad no deben ser un obstáculo para cumplir aquellos deseos de juventud no concretados en su momento. Sin embargo, esta idea queda opacada por la flojedad en la trama, especialmente en la construcción de los personajes. Sólo la interpretación de una figura mayúscula como Diane Keaton, alma máter de la película, así como la de sus compañeras de elenco, salva una narración sostenida por alfileres.
El tedio por encima de todo. Esta comedia dirigida por el francés Olivier Assayas, ambientada en el mundo intelectual parisino, aborda como tema central la influencia, en los tiempos que corren, de la tecnología en la cultura, más específicamente en la edición literaria y en nuestras relaciones personales. Alain (Guillaume Canet) es el director de una editorial y Leonard (Vincent Macaigne), un escritor cuyos libros publicó la editorial de Alain. En esta oportunidad, Alain le comunica a Leonard que no va a publicar el manuscrito de su última novela. En tanto, Selena (Juliette Binoche), esposa de Alain —que es actriz— está viviendo una aventura con Leonard e intenta convencer a su marido de que la publique. Alain se plantea incursionar en la edición digital, para lo cual contrata a Laure (Christa Théret), con quien mantendrá un romance. Assayas estructura la película como una sucesión interminable de encuentros entre sus personajes, quienes se sientan alrededor de una mesa para reflexionar y debatir sobre los hábitos de consumo culturales en la era tecnológica actual. Así, asistimos a extensas y tediosas tertulias que terminan abrumando o directamente asfixiando al espectador. Los personajes, profesionales de éxito en el campo de la cultura que están en la mediana edad, hablan de sus libros, de series, de películas y del impacto que tienen en ellos las redes sociales, los e-books, los audiolibros, los smartphones. Otro tópico que se trata en el film es el de la relación entre lo público y lo privado, entre la realidad y la ficción, a partir de las novelas que escribe Leonard en las cuales se dedica a ventilar las historias de sus romances. De esta manera, en Doubles vies todo se reduce a hablar, hablar y hablar sin cesar. Los diálogos no aportan nada nuevo en materia del fenómeno digital. Son conversaciones inverosímiles, artificiales, bastante obvias, con contenidos perimidos, más tratándose de supuestos intelectuales. El guion, del propio Assayas, parece improvisado, ya que le falta profundidad, elaboración. En algunos tramos, se busca compensar esos segmentos soporíferos con pasos de comedia que no acaban siendo del todo eficaces. Así, la película comete el peor de los pecados que se puede cometer en el cine: ser extremadamente aburrida. Al filme sólo lo salva un reparto parejo, compacto, que trata de hacer lo que puede con un material que se pretende trascendente pero no lo es en absoluto. Una decepción total teniendo en cuenta los pergaminos del director y los grandes actores involucrados.
La mujer y la artista en primera persona. Este documental nos brinda un retrato íntimo de la vida y la obra de María Callas, la mayor cantante lírica de la historia. La característica principal del filme es que realiza ese recorrido biográfico en primera persona, es decir, a través de los propios dichos de la artista. El trabajo de archivo que efectúa el director francés Tom Volf es excepcional, ya que el cineasta se dirigió a diversos países para recopilar material inédito. De esta manera pueden verse películas privadas en Super 8, 16 mm, fotos inéditas, grabaciones de las actuaciones pirateadas por sus admiradores, cartas personales o entrevistas perdidas. El proyecto del documental llevó en total cinco años. Antes de rodar la película, el realizador se dedicó a leer todos los libros y artículos publicados y a ver todos los programas de televisión en los cuales participó esta gran figura. El material recolectado dio lugar, además de la película, a una exhibición que se presentó en París y a tres libros. El título original del filme, María by Callas, refleja —mejor que el nombre en español— de qué va el relato. Se trata, en realidad, de visualizar la dualidad que había en ella, esas dos personas con las cuales debía lidiar: María, la vulnerable, la sencilla, la mujer que quería formar una familia, llevar una vida normal, y La Callas, la celebridad, la diva, la estrella internacional poderosa cuyo talento era infinito. Esto lo expresa en una entrevista —que permanecía inédita— realizada por el periodista británico David Frost en 1970. Esta nota, que revela aspectos emocionales de la cantante, irá apareciendo en forma recurrente a lo largo del filme y se transformará en una especie de eje del relato sobre el cual girarán distintas instancias de la vida y la obra de Callas. A través de una breve referencia a la infancia de la diva —nacida en 1923 en Estados Unidos, hija de inmigrantes griegos— se muestra que de pequeña fue víctima de la obsesión de su madre, quien pretendía que María se convirtiera en una excelente cantante y pianista, lo que llevó a que prácticamente no tuviera infancia. Un testimonio valioso es el de Elvira de Hidalgo, la soprano que fue su maestra de canto en la adolescencia, quien la recuerda como una joven virtuosa y muy comprometida con su profesión. El documental recorre los años del apogeo de la estrella, su matrimonio con el empresario Giovanni Meneghini, sus presentaciones en Estados Unidos y en los más importantes teatros europeos. Debe recalcarse que no es necesario ser un aficionado de la ópera para disfrutar de estas actuaciones de Callas incluidas en la película. No se trata de fragmentos aislados sino de arias completas, lo cual nos permite deleitarnos con su voz como si estuviera en presencia, delante nuestro. Un auténtico acierto del filme. Asimismo, se alude al divorcio que María le pidió a Meneghini —una actitud muy osada para la época—, incluyendo su amistad y posterior romance con Aristóteles Onassis, con quien vivió una etapa de gran felicidad y contención. Otro material provechoso son las imágenes del backstage del rodaje de Medea (Pier Paolo Pasolini), la única película que Callas rodó. Las cartas personales de la diva, escritas a amigos y parejas, son leídas por la actriz francesa Fanny Ardant, quien con su voz luminosa y su intensa interpretación hace que accedamos a facetas íntimas de la cantante, desconocidas hasta ahora. Sin duda, el filme es mucho más que el relato de una biografía, es la pintura de la persona antes que la del personaje, de sus triunfos pero también de sus desdichas. La película logra penetrar en los aspectos más recónditos de la personalidad de María Callas y rescatar las aristas más relevantes de su obra, en un tributo profundo, íntegro y emotivo que van a disfrutar tanto los devotos del mundo de la ópera como aquellos profanos quienes, seguramente, a partir de este documental comenzarán a interesarse por el maravilloso arte de la lírica.
La fachada de la familia perfecta. En su tercera película, el director Miguel Cohan continúa en la senda del género policial. En esta oportunidad nos presenta una familia aparentemente sólida y feliz, conformada por Elías (Oscar Martínez), Adriana (Paulina García) y sus dos hijas, Carla (Dolores Fonzi) y el personaje de Malena Sánchez. A partir de la inesperada muerte de Adriana, esa supuesta fortaleza comienza a caerse a pedazos ya que se desata una trama de intrigas y sospechas sin fin. Al mismo tiempo que la casa y el campo familiar están hipotecados, Santiago (Diego Velázquez), el marido de Carla y padre de su pequeño hijo, empieza a sospechar del rol jugado por Elías en el accidente que provocó el deceso de su esposa. Elías es un hombre desalmado, hosco, con el gesto siempre adusto, obstinado y negador de la realidad. Mientras los hechos le van dando señales que anticipan la tragedia, no hace nada para evitarla, quedando atrapado en su propia desgracia. Carla tiene una reacción similar: cuando Santiago le comenta sus sospechas, se enoja con él y llega a abandonar la casa familiar durante algunos días. Santiago se constituye en el personaje disruptivo de la trama porque su actitud implica destapar la Caja de Pandora, es decir, que la fachada de la familia perfecta explote por los aires y salgan a la luz todas sus miserias y mezquindades. Entre los tres personajes principales —Elías, Carla y Santiago- se produce un juego muy atractivo y provocador con varias vueltas de tuerca, lo cual logra mantener el interés en la historia. La muerte de Adriana se presenta desde tres puntos de vista: el de Santiago, el de Elías y el de un narrador omnisciente. Como expresó el propio Oscar Martínez, es una película áspera, espinosa, incómoda, que juega con cartas nobles. El guion, escrito por Cohan y su hermana Ana, va trazando una especie de círculo que termina por envolver al espectador. La narración es fluida de principio a fin y no hay lagunas en la trama. El personaje de Elías le calza como anillo al dedo a Oscar Martínez, en un papel hecho a su medida —ningún otro actor habría sido más apropiado que él para interpretarlo. Hay satisfactorias performances de Dolores Fonzi y Diego Velázquez, un actor proveniente del ámbito teatral que en los últimos años viene ganándose un espacio relevante en el cine argentino. También deben destacarse las actuaciones de los chilenos Paulina García y Luis Gnecco, quien cumple el rol de primo y amante de Adriana. Es muy lograda la escena de la discusión entre Elías y Adriana, que brinda un excelente duelo actoral entre Martínez y García y donde la tensión alcanza su punto máximo. A su vez, merece subrayarse la brillante participación de Norman Briski como el padre de Elías al principio del filme. En definitiva, se trata de un thriller oscuro, con un guion certero y eficaz que, si bien puede decirse que responde a una fórmula, da por resultado una historia compacta y verosímil con un nivel parejo en las actuaciones y una narración que va directo al grano, sin dilaciones.