Chris Wedge, director de la primera entrega de La Era de Hielo y Robots , se mantiene en el universo de la fantasía animada, pero esta vez cambia de registro con la historia de una adolescente de 17 años que de manera casual se convertirá en heroína en el marco del enfrentamiento entre fuerzas antagónicas que luchan por el control de un bosque.
MK es una muchacha que regresa a la casa de su infancia en plena jungla para intentar un acercamiento con su padre, un científico que vive aislado del mundo (con la única compañía de un perro de tres patas) y no sólo en términos geográficos. Obsesionado por encontrar evidencias de una comunidad de pequeñas criaturas que vive de forma organizada entre los árboles, el Doctor Bomba está bastante más atento a las decenas de cámaras que ha instalado por todo el bosque que a las necesidades (y reclamos) de su hija.
Cuando -frustrada por la creciente locura de su padre- está a punto de marcharse, MK se convierte -magia mediante- en una diminuta joven que será clave para la subsistencia de los bienintencionados Hombres-Hoja en su batalla por preservar la belleza y la biodiversidad de ese entorno natural ante el ataque de los Boggans que lidera el cruel Mandrake, cuyo objetivo es dominar el bosque para convertirlo en un pantano putrefacto y contaminado.
Las contradicciones son aquí más que claras y, por lo tanto, no hay lugar para grises o matices. El reino secreto ofrece un claro mensaje ecologista; unos cuantos elementos de fórmula (una princesa que parece sacada de las películas de Barbie, un joven rebelde que se redimirá y se convertirá en el objeto del deseo romántico de MK, unas babosas que funcionan como bienvenidos aportes cómicos a una trama bastante oscura); y un despliegue de colores, diseños y movimientos dignos de la creatividad y del profesionalismo que el estudio Blue Sky ha demostrado en todas sus producciones (desde La Era de Hielo hasta Río) .
Sin embargo, MK no alcanza a transformarse en un personaje con el carisma y la empatía de otras heroínas animadas y, así, la película se resiente en su andamiaje dramático. Más allá del virtuosismo de la animación en 3D, las escenas de batallas (los guerreros cabalgan sobre pájaros) se alargan demasiado y el espectador siente que está inmerso en una larga sesión de un simulador de vuelo.
De todas maneras, entre hermosas imágenes de esos edenes naturales y con los temas de Snow Patrol y Beyoncé de fondo, El reino secreto termina cumpliendo con lo que promete. No será una de las tantas joyas que la animación estadounidense nos ha regalado en los últimos tiempos, pero sí un digno producto destinado al consumo familiar.