Civilización y barbarie.
El Renacido (The Revenant, 2015) es el último film del ya consagrado Alejandro González Iñárritu, quien ha saltado a la fama por Amores Perros (2000) y se ha hecho más popular por 21 Gramos (2003), Babel (2006), Biutiful (2010) y la más reciente, Birdman (2014); películas bien diversas entre sí y de temáticas dispares. En lo personal valoro más sus primeros largometrajes que los últimos. El Renacido explora lo más cruel de la humanidad, esa costumbre de atacarse los unos a los otros para sobrevivir. Está ambientada en el siglo XIX, en un bosque cuyas coordenadas exactas desconocemos -sólo se hace mención a Missouri- y habitado principalmente por indios nativos, aunque éstos conviven con los franceses y norteamericanos. Tanto franceses como norteamericanos están invadiendo territorios indígenas con el fin de obtener beneficios económicos, y ambos grupos “blancos” se enfrentan con los pueblos originarios en batallas sangrientas y crueles.
Hugh Glass (interpretado espléndidamente por Leonardo DiCaprio, a quien desde esa inolvidable escena de El Lobo de Wall Street nos hemos acostumbrado a verlo arrastrándose por el suelo) es parte de la tropa norteamericana y su guía, ya que conoce bien el territorio y habla el idioma nativo. Dentro de este grupo se encuentran el Capitán Andrew Henry (quien posee poder adquisitivo y por ende, poder de rango) y otro miembro destacable de la expedición, John Fitzgerald (Tom Hardy). En este grupo las diferencias y los recelos estarán presentes desde el comienzo, sobre todo para Fitzgerald, quien cuestiona constantemente a Glass y a su hijo “mestizo”. La cuestión esbozada aquí reside en la no pertenencia del mestizo al grupo, algo similar a lo que se expresaba en el film Australia (2008).
El Renacido expone lo más cruel de la humanidad y su venganza, sin importar la cultura o el origen. En términos del antropólogo Claude Lévi-Strauss, cabe preguntarnos en el film, ¿quién representa la “civilización” y quién la “barbarie”? Puesto que justamente estas categorías -inventadas por el hombre de sexo masculino, blanco y europeo- pueden adjudicarse a cualquiera de estas tres culturas, todos son “salvajes”. En esencia tenemos dos grandes grupos, blancos e indios, el primer grupo a su vez subdividido en franceses y norteamericanos. He aquí la primera falencia de la película: construir como crueles imperialistas “salvajes” a los franceses cuando los norteamericanos son tan colonizadores e imperialistas como ellos (tanto norteamericanos como franceses abusan de las mujeres nativas). Aunque El Renacido pretende no dividir en buenos o malos lo termina haciendo, ya que si bien todos los grupos muestran crueldad, hostilidad y ensañamiento, los personajes pueden dividirse arquetípicamente en buenos y malos: están aquellos con quienes nos compadecemos y aquellos que despreciamos por la bajeza de sus actitudes. Incluso en la bien lograda escena de DiCaprio con el oso (una batalla entre la humanidad y el reino animal) comprendemos el ataque del oso ya que sólo está protegiendo a sus crías, y es lo mismo que hace Glass con su hijo (aquí aparece la necedad humana y su vocación por querer dominar la naturaleza).
Este relato dramático de aventuras comienza con una narración atrapante que desafortunadamente -a partir de la mitad- comienza a estancarse por carecer de acciones que hagan avanzar el relato, desde una serie de peripecias que exacerban el “todopoderoso” personaje de Glass, el cual sobrevive a tantos imposibles que en un punto resulta tedioso y no heroico como se pretende. El relato posee cierta circularidad que está vinculada al metafórico renacer del personaje, encarnado en el símbolo de la espiral de la cantimplora. La sed de venganza y batallas excesivamente sangrientas perturban no por lo sangriento sino porque no pertenecen a la poética (si fuese una película de Tarantino, no nos molestaría en absoluto porque es parte de su código). En consecuencia, a pesar de la belleza de ciertos encuadres, se considera que la base del film tenía un gran potencial que no se supo aprovechar del todo porque a la mayoría de los guionistas y directores de la actualidad se les dificulta crear resoluciones y buenos finales.