The revenant/El renacido: El camino del dolor
El renacido (The Revenant, 2015) es una notable película dirigida por Alejandro González Iñárritu y actuada por Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleeson y Will Poulter, entre otros. La fotografía, por momentos deslumbrante, estuvo a cargo de Emmanuel Lubezky. La sobria, ominosa banda de sonido fue realizada por Ryuichi Sakamoto y Alva Noto. En los párrafos que siguen se cuentan aspectos del argumento y algunas escenas y momentos de la peli, así que están avisados.
“El tema de la película es la supervivencia y el crecimiento espiritual a través del dolor físico“, les dice el director a los actores y personal técnico en un corto sobre el proceso de realización de la misma. “Ya no tengo miedo a morir: ya lo he hecho“, dice, por su parte, el personaje de DiCaprio. En esas dos frases se encierra buena parte del sentido de la obra. Su estructura sigue un esquema clásico de la literatura y el cine de América del Norte: el viaje, el cual no sólo consiste en un recorrido por el espacio sino que es también una travesía del espíritu.
La acción transcurre sobre las nacientes del Río Missouri, posiblemente en Wyoming (en algún momento se habla de Yellowstone), cerca de Canadá, en el Oeste nevado y frío de los EEUU. (En los títulos del final se señalan tres lugares de rodaje en exteriores: Montana, California y… ¡Tierra del Fuego!). Los escenarios son los del bosque boreal y la pradera en un gélido, húmedo invierno de comienzos del Siglo XIX. Abundan las tomas atmosféricas al estilo de las de Terrence Malick (la bruma en la mañana, el sol entre las nubes, la noche estrellada, el bosque en silencio), minimalistas y grandiosas a la vez, acentuando el deslumbramiento del personaje principal en el devenir de la historia. El tono general de la obra recuerda a los cuentos de Jack London sobre los buscadores de oro en Alaska (e.g., “La hoguera”). Esto es, la lucha del hombre contra sus circunstancias, lucha que desembocará en triunfos o derrotas épicas o, más raramente, en el despertar de la consciencia.
Hay un constante juego de dualidades en el desarrollo de la trama: frío-calor, hambre-saciedad, culpa-justificación, espiritualidad-materialismo, justicia-venganza. De todas ellas, la más lograda es la primera: el frío es algo que se siente casi físicamente, ya sea en las escenas que transcurren en el bosque húmedo como en las que muestran caminatas por la llanura nevada, cabalgatas en medio de una violenta lluvia invernal o la fuga a través de un río helado. El espectador agradece la luz amarillenta de los fuegos, el abrigo que proporciona una piel de oso o el calor de un trago de whisky.
Otra tensión, menos lograda, es la que contrapone la espiritualidad que se desprende de cierto orden cósmico con el materialismo de los cazadores de animales. La primera se percibe en los sueños del personaje principal, en las visiones del bosque y en las tomas con cámara fija de los grandes paisajes de las llanuras norteamericanas. El materialismo es palpable ya desde la primera escena, en donde se muestra un aquelarre de cadáveres de castores, los que son despanzurrados para la extracción de su piel. Los cazadores son la más perfecta expresión del capitalismo extractivo de los siglos XIX y XX. Depredadores brutales, genocidas prolijos, capaces de incendiar el mundo por un fajo de billetes.
El personaje central es Hugh Glass (DiCaprio); la primera toma de la película consiste en un paneo vertical de la cámara sobre un lecho en el que descansan Glass, su esposa y su hijo. La toma, un evidente homenaje al Tarkovski de Stalker, nos anticipa que Glass es más que un explorador a sueldo: es el guía, el sherpa, el conductor de hombres. La segunda escena, una caminata en silencio por un bosque inundado de agua, constituye otro homenaje al director ruso (esta vez, el de La infancia de Iván) y nos dice que el bosque es el escenario de un recorrido pero también el espacio sagrado, la tierra del espíritu. Todo lo importante de esta peli ocurre en el bosque y sus alrededores.
El drama de El Renacido se desarrolla en cuatro actos, personificados por cuatro animales, cuatro mamíferos que marcan el tono y el ritmo de la obra, a saber: (1) el alce (conflicto), (2) el oso (dolor), (3) el búfalo (piedad), (4) el caballo (metamorfosis).
1.Alcanzamos a ver el alce apenas un instante, en la punta del rifle de Hugh Glass segundos antes del disparo. Todos los conflictos de la obra se muestran en este acto que dura unos veinte minutos: el de la conquista del Oeste, la lucha entre los conquistadores y los nativos (que concluye con el exterminio de estos últimos), el ecocidio europeo en América (los colonos arrasan con las poblaciones de castores para obtener su piel), los dilemas de la huida por el bosque, el desprecio de Fitzgerald (Tom Hardy) hacia el hijo de Glass, el resentimiento de Glass hacia los que destrozaron su familia. La espectacular escena de batalla entre colonos e indios del comienzo va a figurar en los libros sobre la historia del cine: es brutal, quirúrgica, y al mismo tiempo elegante y fluida como sólo el cine sabe hacerlo cuando lo dirige un maestro.
2.El segundo acto es el más extenso; dura alrededor de una hora y comienza con una de las escenas más sanguinarias que nos ha tocado presenciar en el cine: un oso pardo destrozando minuciosamente a un hombre (Hugh Glass). Al padecimiento físico producido por el oso se le agregan otros desgarros; en primer lugar, la desesperación de Glass ante la muerte de su hijo. La garra asesina del oso y la mano asesina de Fitzgerald marcan el tono del dolor en buena parte de sus manifestaciones. DiCaprio enseña por qué es un gran actor en escenas de tormento que casi no incluyen palabras. La recuperación de las heridas implica más dolor; el recuerdo del hijo y de la esposa lo vuelven casi insoportable.
3.El tercer acto comienza cuando un indio se apiada del hambre de Hugh Glass y le permite comer de un búfalo que él ha rescatado de los lobos. Poco después es Glass el que siente compasión ante el cadáver de ese mismo indio, ahorcado por colonos franceses. Glass, un hombre que ha navegado entre dos culturas, la de los colonos europeos y la de los indios pawnees, amplía su compasión al etnocidio involucrado en la Conquista (véase al respecto la crítica de Alvaro Fuentes en La Cueva de Chauvet). En una serie de escenas oníricas extiende la piedad a su familia, masacrada por el ejército, así como también a los varios eventos de extinción por sobrecaza ocasionada por los europeos en América (una escena muestra montañas de cráneos de búfalos). A medida que se abre el corazón de Glass, emerge en él una religiosidad y una percepción de lo trascendente. Glass sueña recurrentemente con una iglesia en ruinas (símbolo del alma sin dios), en imágenes que constituyen un homenaje al Tarkovsky de Nostalgia.
4.El cuarto y último acto muestra a Glass saliendo de las entrañas de un caballo muerto, en el amanecer posterior a una gélida tormenta de nieve. Otra vez se nos aparece la religiosidad de Tarkovsky en las gotas de agua que inician la escena. Como un insecto adulto emergiendo de una pupa seca, el Glass que sale del caballo es otro hombre, un ser diferente del que fue hasta ese momento. Concordantemente, su planteo moral es distinto: “La venganza está en manos de Dios, no de los hombres”.
Si la película hubiese terminado aquí, estaríamos hablando de una obra maestra del cine. Lamentablemente no es así, y en la innecesaria media hora que sigue no se entiende si hay justicia o hay venganza en el final. Curioso en un director que supo hablar con maestría de la reconciliación en su primera (gran) peli, Amores perros. Queda claro, sin embargo, que El renacido es una de esas obras que nos hacen salir del cine agradecidos.
No es que interese demasiado más que a los propios actores, pero no les extrañe que este domingo el Oscar al mejor actor se lo lleve Leonardo DiCaprio; tampoco pongan el grito en el cielo si Tom Hardy se lleva otro (fue nominado como mejor actor de reparto). DiCaprio pone más el cuerpo, pero la actuación de ambos es extraordinaria.