El último filme del mexicano Alejandro Gonzáles Iñarritu, quien nos regalara la maravillosa “Amores perros” (2000), para luego tener que esperar 15 años para que volviera a darnos alguna sorpresa, para caer en su propia trampa.
Se podría decir que la carrera de éste director se presenta con picos de gran talento para luego ir en clara decadencia. Luego de esa primera película dirigió mostrando un declive progresivo increíble “21 Gramos” (2003), “Babel” (2006), en la que repite formato, pensando erróneamente que no depende de la construcción de los actos sino de la forma aparentemente novedosa lo que seduciría al espectador. Para terminar de desbarrancar con “Biutiful” (2010), y hubo que esperar cuatro años para que devolviera la esperanza de estar frente a un talento con “Birdman” (2014), con la que ganó cuatro premios de la academia de Hollywood, entre ellas mejor película y mejor director, lo que muestra ser un despliegue de talento y audacia.
¿Pero fue sólo una ilusión?. Este opus tremendamente pretencioso parece estar confirmando esa suposición.
La intención de ir por más premios se muestra evidente, obra grandilocuente desde las imágenes, gracias a la dirección de fotografía de Emmanuel Lubezki, con el invalorable aporte del diseño, efectos y montaje de sonido, pero que en cuanto a producto terminado resulta vacuo, insustancial, espejitos de colores.
La realización constantemente se muestra como efectista, tanto de lo que se ve en imágenes como de la forma o las elecciones para ello, léase movimientos y posiciones de la cámara, desde el contrapicado hasta el cenital (siempre entendida como la mirada de Dios), con el ralenti utilizado hasta en planos secuencias con travellings circulares.
Todo, absolutamente todo lo técnico esta puesto en función del efecto y no respecto del texto o de la progresión dramática.
Por lo que se desprende que estamos frente a una mala construcción en cuanto a la estructura narrativa, le sobran al menos 40 minutos, con la repetición hasta el cansancio del recurso del flash back o de la voz en off, para dar cuenta del origen de la historia del personaje, con el sólo fin de justificar la acción del mismo, repeticiones que nada agregan, no permite evolucionar al texto, y terminan aburriendo. Del mismo modo que la unidimensionalidad de los personajes, pobreza de evolución, maniqueísmo barato, que en su acepción no religiosa sería que el malo es malo por definición y el bueno lo es por no tener variables.
Tampoco depende de los actores, en principio el ascendente Tom Hardy, bastante más contenido que en otras producciones, sobre todo porque su personaje es demasiado chato, sin evolución, y previsible en sus actos.
Por otro lado, el tour de Force al que se obligo Leonardo DiCaprio, sólo se entiende que vaya por el premio, no le hace falta para saberse un muy buen actor, y si existiera la figura del Oscar retroactivo, (algo así como La Academia Arrepentida) posiblemente le darían uno por su actuación en “A Quién ama Gilbert Grape” (1993) como actor de reparto.
La historia transcurre la década de 1820, (lo cual no implica que no pueda leerse la bajada de línea desde el siglo XXI). Una expedición de ingleses con el único fin de comerciar las pieles de los animales, llega al desconocido Oeste norteamericano donde, todavía habitado por tribus nativas, son atacados y expulsados por los mismos.
En la huida Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un baqueano, guía, trampero, es brutalmente atacado por una gigante osa. Resulta gravemente herido, sus compañeros no le dan esperanza de sobrevivir, es abandonado, y su hijo asesinado frente a sus narices, y de allí en más lo mueve el deseo de venganza.
En su ambición por seguir con vida, Glass demuestra ser un Duro de Matar del siglo XIX. Gobernado por su voluntad, nuestro héroe puede, debe lidiar con el frío y nevado invierno, la hostilidad de los nativos, el hambre, el viento, comer carne cruda de Búfalo y Sushi (perdón, pescado crudo), caídas de precipicios, sobreviviendo a todo en una búsqueda incesante para vivir y encontrar paz en la venganza.
Una aventura épica, seguro, sangrienta por demás, basada en el personaje histórico de Hugh Glass, que inspiró a Michael Punke para escribir la novela “The Revenant: A novel of revenge”.
Con un intento de realismo brutal y una extravagancia visual inocua, que se suelen ver en el nuevo cine de masas americano, apoyado sólo por los efectos visuales, los responsables, todos, han creado un sensacionalista retrato de lo que podría entenderse es la resistencia humana bajo el impulso de la venganza y en condiciones casi intolerables, tanto para el personaje como para el espectador.
Como dato, la escena del ataque de la osa es para muestra basta un botón, y tanto cruza la línea que se retorna inverosímil.
El cierre de la historia es la frutilla del postre.