Ganadora de tres Golden Globe y nominada al Oscar en doce categorías, El renacido genera controversias por una ampulosidad y una crudeza que algunos encuentran carente de sustento, al tiempo que reafirma la capacidad del mexicano Alejandro G. Iñárritu para no serle indiferente a nadie. Basada en hechos reales, la película sigue la odisea de un grupo de colonos perdidos a inicios del siglo XIX, bien al norte de Norteamérica. En el intento por regresar al fortín, colonos y soldados deberán sortear las inclemencias del tiempo, el hambre, la sed y un puñado de indígenas que desearían ver a los colonos de vuelta en Europa.
El explorador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) es uno de los blancos que comprende a los locales. Glass convivió con una india que fue asesinada por el ejército y ahora integra la comitiva con su hijo mestizo Hawk (Forrest Goodluck). Pero el oficial del ejército John Fitzgerald (Tom Hardy) es uno de los blancos que no simpatiza con sus semejantes, menos aún con los locales y peor con quienes les dan cobijo. Así que cuando Glass queda malherido tras el ataque de un oso, en una de las escenas más tensas del cine en los últimos años, el oficial Henry (Domhnall Gleeson) lo deja al cuidado de Fitzgerald, y al conflicto de supervivencia se suma el choque humano.
Iñárritu muestra con crudeza inusual en las grandes producciones lo que significa lidiar en un entorno hostil, sin las herramientas que el hombre produjo del siglo XX en adelante. El tratamiento puede resultar innecesario, pero hace honor a la historia y allí se percibe el reconocimiento al ruso Alexei Guerman o, sin ir más lejos, Mel Gibson. La picardía es que ese tono, estilizado por la fotografía de Emmanuel Lubezki y la música de Ryuichi Sakamoto y Alva Noto, en algún punto se vuelve una tragedia inverosímil, rocambolesca, que hace trastabillar la seriedad de la trama. Una vez más, Iñárritu muestra ser un director de buen gusto y buenas ideas, con un ansia de grandeza que no está a la altura de su talento.