No se puede decir que una película es mala porque su director es un señor bastante pedante: la pedantería abunda entre buenos y malos directores, y también entre buenos y malos críticos. Es una cuestión de personalidad y lo que nos interesa es el film. Ahora bien: cuando la pedantería es el sostén de un film, la cosa cambia. El Renacido es una especie de western: un grupo de cazadores de pieles se ve atacado por indios. Sobreviven como pueden a la batalla. El guía de la expedición trata de llevarlos por el mejor camino posible con poca pérdida; va con su hijo. Y entonces vienen más desgracias: lo ataca un oso, un compañero “malo” mata a su hijo -mitad indio-, lo dejan por muerto, sobrevive una y mil veces a una y mil torturas. Dicen que filmó con luz natural, dicen que fue una tortura para los técnicos, pero no importa: lo que sí importa es que Iñárritu hace sufrir a Leonardo Di Caprio (que mereció el Oscar mil veces) solo para mostrar su pericia técnica, mucha de ella prestada por el excelente fotógrafo Emanuel Lubezki. Hay simbolismos, escenas inútiles (la espectacular caída por un barranco, seguida por la evisceración de un caballo para utilizar su carcasa como carpa y “renacer”) y, siempre, la técnica por encima de los personajes. Un film exhibicionista y pedante, de esos catálogos de “lo que se puede hacer con las máquinas hoy” y con menos corazón -y más sadismo gratuito- que cualquier gran espectáculo de superhéroes y monstruos. Iñárritu hace lo mismo que Michael Bay en Transformers, solo que se lo toma en serio.