La intromisión de un tercero desestabilizador en el rígido mundo de la ortodoxia judía tuvo como referente a Félix y Meira (Maxime Giroux – 2014) en el cual una esposa jasídica mantenía un romance no convencional con un artista laico en Canadá. Más recientemente en Desobediencia (2017) de Sebastián Lelio, el retorno de una fotógrafa neoyorkina a una comunidad ultra ortodoxa londinense desencadenaba pasiones refrenadas con una antigua amiga. En el film de Ofir Raul Graizer, el repostero del título mantiene un vínculo gay con un padre de familia perteneciente a dicha colectividad.
Oren, un israelí que viaja con frecuencia a Berlín por cuestiones laborales se relaciona con Thomas, un solitario y excelente repostero. Liberado de las ataduras y mandatos de su país de origen, da rienda suelta a sus inclinaciones sexuales en Alemania. La noticia del accidente de tránsito que pone fin a su vida es conocida por Thomas mucho tiempo después, por lo que decide trasladarse a Israel en búsqueda de respuestas. Allí, de incógnito, se involucra con la familia y el pasado de su amante en un acercamiento con la viuda de alcances impensados.
Romance, muerte y viaje se resuelven con una elipsis muy acertada y son los detonantes para que comience el punto central de la trama. Así como la música aproxima a distintas generaciones, en este caso será la cocina la que una a diferentes culturas con barreras idiomáticas. El vínculo que inicia Thomas con Anat, la esposa de su amante, pasa de lo laboral a lo sentimental, en una relación que mezcla la compasión con el deseo. Entre ambos se interpone Moti, el hermano de Oren, para que se cumplan las rígidas reglas Kosher según establece la tradición, controlar a la viuda y regañarla cuando es preciso.
Sutil y delicado, al estilo de Claude Sautet, este film aborda distintos temas: la forma de asumir el duelo; las cuestiones de género y el choque entre modernidad y costumbres ancestrales a través de la relación entre dos personas desdichadas necesitadas de afecto y amor. Valoración: Muy Buena