Cuando adolescente, el israelí Ofir Raul Graizer, vendedor de bagels, se hizo cocinero para pagarse los estudios de cine. Luego se fue a vivir a Berlín, donde trabaja como chef. Tiene un libro de recetas palestino-israelíes, da clases, hace cortometrajes y anda en bicicleta. Esta es su primer largo, una coproducción judeo-alemana que, como dice el título, trata sobre un repostero de Berlín. Pero no cualquier repostero. Thomas es tímido, reservado, algo macizo, muy trabajador, tiene buena mano para las comidas dulces y es homosexual. Se engancha con un ingeniero israelí que vive en otro lado y que habitualmente hace otra vida, con esposa e hijo. Cuando ese hombre muere, Thomas viaja impulsivamente hasta el domicilio de su amado. Acaso necesita saber todo de él, vivir allí su duelo. Y entra en contacto con la viuda, se gana la simpatía del hijo y la desconfianza de un cuñado.
Como se advierte, hay aquí un secreto que puede descubrirse en cualquier momento, dolores íntimos, y también soledades extrañamente compartidas. El asunto es inquietante, pero el director prefiere la quietud, los medios tonos, la explosión contenida. Así también contrapone dos tipos de sociedad, dos naciones, inclusive dos formas de asumir el alimento (y sólo en una predomina el placer). Recuerda un poco aquel viejo drama de John Schlesinger "Dos amores en conflicto", donde una mujer y un hombre ya con canas enfrentan el alejamiento de la persona amada, la misma persona en ambos casos. Pero el relato de Graizer es más sutil, más refinado.