Así como ocurrió otras veces en el cine, la comida es el nexo que une a los personajes y la excusa sobre la que gira la trama de "El repostero de Berlín". Lo hizo Ang Lee en "Comer, beber, amar" y Gabriel Axel en "La fiesta de Babette", y como en esas películas, los gestos, pero también los sabores y olores que se adivinan en la pantalla, completan un diálogo.
El filme del director israelí Ofir Raul Graizer, una coproducción entre Israel y Alemania premiada en los festivales de Karlovy Vary y participante de la sección "Culinary Zinema", del festival de San Sebastián, narra el encuentro casual de Thomas, un pastelero berlinés, con Oren, un cliente israelí, casado y residente en Jerusalén.
El romance avanza sin sobresaltos hasta que luego de un hecho azaroso Thomas decide viajar a la ciudad israelí a reencontrarse de alguna manera con su amante. Así termina ofreciéndose como empleando en el bar de la mujer de Oren con quien entabla una relación ambigua. Graizer deja que la cámara y sus múltiples posibilidades, y el trabajo de un elenco de muy buenos actores sean los que vayan revelando sin palabras cada etapa de una relación compleja y una historia que deja abiertas todas las posibilidades.