Pobre niño rico (y apuesto, y perverso)
El joven Dorian Gray (Ben Barnes) acaba de heredar a su abuelo fallecido, y debe hacerse cargo del patrimonio pasando de una apacible vida campesina a los fastos de la gran ciudad. Inmaduro, tímido y sin experiencia, no tarda en caer en el círculo frívolo de Lord Henry Wotton (Colin Firth), con alguna asistencia ocasional del artista Basil Hallward (Ben Chaplin) que lo adora en secreto y pretende balancear la influencia del nefasto Lord sobre Dorian. Es el propio Hallward quien le regala al joven Gray en su cumpleaños un retrato sumamente fiel. En la tela resplandecen las principales cualidades del heredero: juventud, belleza, fortuna e inocencia. Pero todas estas virtudes, auténticas armas de doble filo, se tambalean cuando el joven se vuelca definitivamente a una vida licenciosa.
En su obsesión por tenerlo todo sin renunciar a su apariencia de incorruptibilidad (la que le facilita notablemente el acceso a cualquier placer que se le ocurra), Dorian invoca una maldición para sí mismo: que toda huella de vicio y libertinaje, de crimen y lujuria, se traslade al lienzo de Hallward. Así, el joven heredero conservará su apariencia fresca y cándida, mientras el retrato se convierte en el reflejo monstruoso de su alma. Las consecuencias de su elección lo llevarán a recorrer un camino sin retorno posible.
La novela "El retrato de Dorian Gray" es un texto inquietante y desusado del escritor irlandés Oscar Wilde, y sin dudas una de las mejores novelas escritas durante el siglo XIX, además de un exponente del terror gótico tan en boga en aquellos días. La forma en que Wilde trata a los personajes y los hace transitar la historia ha sido casi completamente dejada de lado en esta adaptación lavada y bastante pobre, que se centra más que nada en lo estético y efectista antes que en el núcleo de interés o la evolución de los protagonistas.
El despliegue de secuencias de un erotismo banal y ligero como muestrario de la evolución del personaje en su camino de corrupción y vicio se roban minutos preciosos de la trama, que si bien en un principio se sostiene, decae inevitablemente cuando llega el momento de fractura (coincidente con la primera escena del filme). A partir de allí, todo es previsible; incluso el camino inverso que recorre Dorian para intentar redimirse, algo que es sutil y muy progresivo en el texto original, y que en esta adaptación aparece terriblemente forzado.
Ben Barnes (el Príncipe Caspian de la anteúltima "Crónicas de Narnia") no es un actor que se luzca, precisamente, ni por sus dotes actorales ni por su presencia escénica. Con lo justo llega a dar el tipo de joven que la trama requiere, aunque resulta sencillo intuir cuál será su evolución ya que el estereotipo naif que pretende reflejar en el inicio de la película resulta tan forzado como inverosímil.