Los pasos tras las huellas
Documental que es más que un filme sobre Haroldo Conti.
No debe haber sido sencilla la tarea de Andrés Cuervo. Fusionar dos películas en una. Dos películas tan distantes en el tiempo y las formas; tan cercanas en el tema y la emotividad. Una, sobre Haroldo Conti; escritor desaparecido por la dictadura en 1976. Otra, sobre Roberto Cuervo, que había filmado a Conti en 1975 para hacer un documental, y que murió en 1979, con el proyecto inconcluso. Andrés, su hijo, lo retomó y lo reformuló: concluyó, con personalidad, aquel retrato postergado.
El material visual y sonoro sobre el autor de Sudeste y Mascaró es impecable: íntimo, alejado del bronce, luminoso y sombrío. Vivo: múltiple y ambiguo. Ahí está otra vez Conti, en su paraíso del Tigre: feliz, o algo por el estilo, con su vida doméstica. Ahí, hablando del “sedimento de frustración y tristeza” que lo acompañaría siempre. O del amor verdadero, “que es breve, intenso y siempre se muere”. Las voces de Eduardo Galeano y de Martha Lynch, refiriéndose a Conti en 1975 funcionan como un magnífico contrapunto. Dos voces que parecen hablar de dos hombres distintos: que parecen contradecirse y que, seguramente, son legítimas, verdaderas.
La viuda de Roberto Cuervo, que conservó las filmaciones y grabaciones, funciona como nexo entre las imágenes de 1975 y la actualidad, con su hijo terminando -y reformulando- la película que su padre no pudo cerrar. Felizmente, Andrés Cuervo no condesciende al mero homenaje ni al sentimentalismo. Al material original, le agrega su impronta, a través de puestas delicadas, que dialogan con el pasado sin nostalgia, incluyendo tomas con cámara subjetiva, animación y secuencias surrealistas, al estilo del checo Jan Svankmajer.
El retrato..., que no es el único buen filme sobre Conti, tiene más de found footage (creaciones libres basadas en filmaciones encontradas o recuperadas) que de documental puro y duro. Por eso, el realizador no apunta a una biografía articulada como tal sino a un juego de estilos, de tiempos, de sentidos. El resultado es una película de gran lirismo, construida con mucha sensibilidad y ninguna sensiblería. Una forma vital de recobrar, de retomar, de replantear, de no ocluir con la muerte.