Demasiados artilugios sin sustancia
Al director británico Guy Ritchie le encomendaron hace casi una década reciclar la historia de Sherlock Holmes y, ahora, la del rey Arturo. Si en el primer caso la apuesta salió bastante bien (se filmó una segunda parte y se habla de una tercera entrega), en este caso la clara búsqueda por iniciar una saga (todo queda servido aquí para al menos una continuación) puede complicarse para una película sin brillo que costó más de 100 millones de dólares.
El problema principal de El rey Arturo no pasa tanto por su escaso rigor histórico, sus licencias y caprichos o sus momentos ridículos, sino porque la habitual parafernalia visual de Ritchie no encuentra demasiado sustento entre conflictos elementales y personajes sin espesor ni carisma. La apuesta es clara: filmar una épica histórica en la línea de El señor de los anillos (batallas con escenas de masas, caballeros, magos y hechiceras), pero con esa estilización, efectos de montaje y ritmo taquicárdico que son la marca de fábrica de Ritchie desde Juegos, trampas y dos armas humeantes.
Más allá de la catarata de estímulos y la falsa modernidad que a esta altura propone el director, la mayor carencia en este caso no es sólo suya, sino también de los otros dos guionistas. Así, en un contexto de personajes estereotipados y diálogos trillados, es poco lo que pueden hacer el galán Charlie Hunnam como Arturo y un malvado de manual como el despótico rey Vortigern que interpreta Jude Law.