Durante más de dos horas de maquillaje visual, el inglés Guy Ritchie, echando mano de dos o tres recursos que se repiten, propone revivir, en clave clipera y moderna, la leyenda del Rey Arturo. Decir entonces que lo mejor de esta película es su historia es decirlo básicamente todo. El foco argumental está en el origen de Arturo (el poco expresivo Charlie Hunnman), criado como niño anónimo luego de que su malvado tío Vortigern (Jude Law) matara al rey, su padre (Eric Bana). Y el camino que lo lleva a convencerse de su legitimidad, luego de desincrustar la espada Excalibur de la roca, para finalmente recuperar Camelot. Ritchie acierta al dar a la hechicería, blanca y negra, el espacio que merece en esa historia, a través de lo cual su rey Arturo es un film fantástico, visualmente apabullante y deudor del viejo clase b, a la Simbad el marino, con serpientes gigantes y elefantes enloquecidos. Pero las escenas de acción sólo parecen funcionar traccionadas por la música maquinera, siguiendo un único esquema. Y el montaje de escenas paralelas, con diálogos en un lugar que se contestan con los del otro, marca de este director de demostrada medianía, en lugar de aportar frescura y desenfado petrifica las situaciones, dejando en evidencia lo forzado de todo el asunto. Hacer de la leyenda histórica una comedia de acción tipo Snatch, Cerdos y Peces -su mejor film-, no tiene nada malo. Pero Ritchie, concentrado en mostrar la cantidad de ideas que se le ocurren para cada secuencia, se olvida de poner esas ideas al servicio de contar una historia, al menos de manera tal que atrape al que está mirando.Este Rey Arturo con impronta de tanque, consigue apenas entretener por momentos. No hay pirotecnia visual, ni presencias de actores de Game of Thrones, ni guiños cancheros, ni espalda musculada de Hunnam capaz de disimular la falta de alma de todo el asunto.