El regreso de Daniel Burman al mundo de la comunidad judía del Once es, como el del protagonista del film, un viaje de redescubrimiento. Un hombre joven -Alan Sabbagh-, laico, licenciado en economía, habitante ocasional de Nueva York, viaja a Buenos Aires a encontrarse con su padre. Su primera intención es presentarle a su novia, aunque esta difiere el viaje. Al llegar encuentra que su padre es solo una voz en el celular y que, un poco al azar, se debe hacer cargo de los asuntos de su fundación de ayuda comunitaria. De allí en más, en la semana previa a Purim, el personaje redescubre raíces, relaciones, tradiciones, recuerdos de infancia e incluso el amor, no solo por una mujer (gran Julieta Zylberberg) sino por sus pares, por sus amigos, por su ciudad y su barrio, por su padre, por los demás. Quien vea “solo” una fábula sobre ser judío en Buenos Aires perderá el punto: ese mundo que vamos descubriendo con el protagonista es una metáfora de cómo, en cierto momento de nuestra vida, tratamos de que encajen todas las piezas, todos los pasados que nos componen. Burman mantiene el talento para la observación y para la comedia en cada secuencia, y apuesta a una emoción más genuina y menos calculada que en algunas de sus películas más recientes. A pesar de la separación en capítulos, todo es fluido y rápido sin ser apresurado, con escenas que duran lo justo y a las que se le saca todo lo posible de manera natural.