Cálida pintura de un rincón entrañable de Buenos Aires
"El rey del Once" bien podría ser es el nombre de un negocio. O un comerciante exitoso. También puede ser un niño brillante que de grande sólo tiene una corona de cotillón. O un hombre al que casi todos quieren, necesitan y admiran. Un rey sin corona, sin dinero en efectivo ni cuenta bancaria, ni siquiera tiempo para atender a su hijo. O quizás ésa sea su manera de darle lo mejor de sí mismo, y prepararlo para recibir su herencia.
Un joven profesional vuelve de Nueva York por pocos días para ver a su padre y presentarle a su prometida. Pero la novia tiene sus indecisiones y sus planes. El viejo también tiene sus planes. No está en Ezeiza para recibirlo, no está en ninguna parte, pero le ha preparado un lugar donde alojarse, y cada día lo llama por teléfono para darle instrucciones, como imponiéndole una serie de pruebas, una búsqueda del tesoro muy particular, que lo haga digno de heredar el trono.
Así es como el hijo se irá reencontrando con su barrio, su gente y sus costumbres, que al comienzo le resultan ajenas. Hace mucho que abandonó todo eso. Lo ayudarán las personas que trabajan con su padre, un locuaz compañero de viejos tiempos, una joven que hizo voto de silencio (pero no de castidad), y en particular un pelirrojo altísimo, medio chiflado pero bien despierto. Su clase de "catequesis lunfarda" es la piedra de toque donde el hijo puede al fin entender lo que le falta.
Comedia asordinada de malentendidos, resentimientos, re-entendimientos y aceptaciones. Cálida pintura de un rincón entrañable y muy particular de Buenos Aires, hecha con los pinceles de alguien que creció entre sus calles y negocios. Fábula de una relación familiar donde se evidencia la unión del hombre con su medio y su mandato. Parábola sobre la bondad, la comunidad y el sentido de pertenencia. Buen regreso a los temas de "El abrazo partido" y "Derecho de familia". Eso es, en síntesis, "El rey del Once", la nueva película de Daniel Burman. Y nos quedamos cortos, porque hay algo más.
Primero, gozosa descripción de la picaresca, porque para hacer el bien no siempre es bueno ser del todo honrado (así lo enseñaba "Derecho de familia"). También, inesperada descripción de un Once por donde todos transitamos pero no conocemos, y de un lugar especialísimo: la Fundación Pele Ioetz, que no parece una fundación pero funciona mejor que varias (y luce una foto de la Madre Teresa en la pared). Y por último, la revelación: Usher Banilka. Que no es actor sino el auténtico conductor de esa organización benéfica, y a quien Burman le ha dado un personaje clave.
Alan Sabbagh, Julieta Zylberberg, Dan Breitman como una "mumi singer", el flaco Uriel Rubin, el grandote Adrián Stoppelman, Daniel Droblas, Elvira Onetto, Elisa Carricajo, giran alrededor de Usher, persona y personaje. Claro, tal vez alguien se vea medio perdido con esas costumbres de la gente del Once, de ponerse filacterias, darse baños rituales, valorar el minian, festejar el purim con toda alegría y respetar el shabat (muy bueno el chiste del rápido paso de sagrado shabat a simple sábado para la pareja ansiosa). Y sí, más de uno se va a sentir un goi al cuadrado. Pero no se va a sentir ajeno: esta historia es tan universal y tan porteña como la calle Corrientes. Esquina Paso.