"El círculo del remake"
El Rey León (The Lion King, 1994) pertenece al llamado periodo de “renacimiento” de los Walt Disney Studios, y fue una de las animaciones más taquilleras y con más recaudación en su contexto y posteriormente. Es por eso que este remake es uno de los más esperados. En lo que a quien escribe respecta El Rey León (1994) pertenece a uno de sus primeros recuerdos en una sala de cine, por ende, posee un significado especial. Además, de que aun hoy se considera dicha animación una genialidad no sólo a nivel dramático y emotivo sino también desde la composición de su magnífica banda sonora realizada por Elton John, Tim Rice y Hans Zimmer. Tanto la película, como su música, sin dudas lograron trascender y resistir más que bien el paso del tiempo, lo que la hace a una obra de arte eterna.
Recordemos que dicho film posee una relación intertextual con Hamlet de Shakespeare, que a su vez posee relaciones intertextuales con otros relatos y mitos, como por ejemplo la leyenda de Amleth. A su vez, la secuela menos exitosa que su predecesora, El Rey León II: El Reino de Simba (The Lion King II: Simba´s pride, 1998) está basada en otra tragedia de Shakespeare, Romeo y Julieta.
Dicho esto, nos es posible adentrarnos en el análisis de esta nueva versión que ha llegado a tiempo para ser conocida por nuevas generaciones planteando un nuevo debate: ¿Es correcto o no llamarla live action? Puesto que en realidad el termino, por más realista que sea la animación, refiere en realidad a personas o animales “reales”. Más allá de esta controversia lo importante es preguntarse si ¿es significativo o no realizar un remake de este filme? Respecto a esta versión de El Rey León (The Lion King, 2019) en particular se considera que no aporta nada significativo o novedoso a la versión original. Una vez más nos encontramos bajo la problemática del cine actual, su falta de originalidad y circularidad empastada, sintetizada tan bien por Jean-Luc Godard en su último documental El libro de Imagen (Le livre d'image, 2018).
La película no es sólo casi una copia plano a plano de la versión animada, sino que no tiene grandes cambios argumentales tampoco, es decir que no hay ninguna interpretación nueva, ni en el qué ni en el cómo. A diferencia de la bien adaptada El libro de la selva (The Jungle Book, 2016), la cual es igualmente un producto de Disney también dirigido por Jon Favreau, en esta oportunidad el realismo de los animales es tal que no poseen ningún tipo de expresión en su mirada, a excepción del mejor logrado mono Rifiki.
Si el proyecto es similar, ya que ambos tienen como protagonistas la naturaleza y los animales, y tanto el uno como el otro son nuevas adaptaciones de “clásicos” animados de Disney, cabe preguntarse ¿en qué radica la falta de emoción de El Rey León (2019) a diferencia del acertado trabajo de Favreauen El libro de la Selva (2016)? Una primera hipótesis puede ser debido a la carencia de ningún personaje humano real que interactúe con los animales como sucedía en El libro de la Selva (2016) con Mowgli, aun así, esto puede ser descartado inmediatamente puesto que en la animación de 1994 uno jamás perdía la convención y la verosimilitud de la historia, debido a la empatía y hermosura de sus ilustraciones. Entonces nuevamente nos preguntamos ¿qué es lo que no funciona aquí? En primer lugar, se considera que hay una gran falta de sincronicidad entre los parlamentos y cantos de los personajes con la que se supone es su respectiva fuente de emisión sonora, los animales. Es decir, que no hay armonía entre el sonido y la imagen, lo que produce en consecuencia un “choque” en el espectador, que hace que éste no pueda compenetrarse del todo en el universo diegético que se propone. Hacer que un animal hable es una cosa, y hacer que un animal cante es otra, las escenas musicales son las que más problemas presentan, y en este filme cuyas canciones son tan significativas a nivel argumental y estético esto es un verdadero problema. En El Rey León hay más escenas musicales que en El libro de la Selva, en ellas Favreau para que no sean tan notorios los problemas respecto a la boca de los animales y su canto aleja la cámara con planos más abiertos, y en consecuencia produce otro desacierto ya que esto puede ser una causa de perdida de empatía y emoción respecto de los protagonistas y el espectador.
La segunda cuestión negativa que se observa en dicho filme, es la falta de expresividad en la mayoría de los animales, sobre todo, en los leones que justamente son los protagonistas y quiénes hacen avanzar la acción. Mientras que en la versión animada tanto el Simba cachorro como el Simba adulto lograba conmovernos hasta las lágrimas, la representación hiperrealista de los animales aquí presentada termina jugando en contra puesto que sus miradas resultan inexpresivas y no llegan a conmover del todo al espectador, pues parece que estamos más ante un documental de la National Geographic que frente a El Rey León.
Ni que hablar del tercer desacierto, apurar una de las escenas claves del relato: la muerte de Mufasa el padre de Simba. El desenlace de esa trágica escena es aquí sintetizado quitando en consecuencia la carga emotiva ese encuentro final, entre el cachorrito y su padre, la cual siempre presentaba en la versión de 1994 un quiebre en la emoción del espectador que resiste aún el paso del tiempo, si volvemos a verla siempre es capaz de hacernos llorar.
Solo hay dos cambios pequeños que presenta El Rey León (2019), uno respecto a una corrección política actual en una de las enseñanzas del Rey Mufasa a su hijo Simba en el cual le explicaba a su sucesor al trono que toda esa tierra les pertenecía, aquí le dice no que esa tierra les pertenece, sino que ellos la protegen, es decir, que hay una leve critica a la propiedad privada. El otro aspecto que difiere de la versión animada y que podría haber sido un acierto si en vez de recrearse plano a plano se profundizaba sobre ello, atañe a la referencia y alusión al pasado que se realiza entre la pre-historia los hermanos herederos del trono Mufasa y Sacar, y la leona reina Sarabi y su elección amorosa de Mufasa por sobre Scar, explicando más la maldad y el resentimiento del villano en cuestión. Por ende, oponiendo más la ley de un “equilibrado” Estado de monarquía de racionalidad moderna frente a las leyes una tiranía despiadada y “salvaje”. Asimismo, en menor medida el carácter de Nala y su activismo es resaltado en esta versión dándole más protagonismo, así como también las hienas tienen más participación.
En conclusión, por todas estas cuestiones la película no termina de tener la fluidez y dinamismo que la versión original posee, pero si hay que destacar el enorme desafío que esto conlleva, sin dudas de las nuevas versiones de Disney que se presentan es la más complicada a nivel formal. Una escena bien resulta respecto a la versión original, es una de esas típicas escenas animadas apoteóticas de Disney que se encontraba en la secuencia acompañada por la canción “I Just Can´t Wait to Be King”, aquí Favreau la resuelve de forma simple y efectiva. En adición, entre las escenas musicales las canciones más carismáticas en esta versión “Can You Feel the Love Tonight” interpretada por la talentosa Beyoncé, cuya voz aporta emoción a dicha secuencia y “The Lion Sleeps Tonight”. Ésta ultima a diferencia de la mayoría de los musicales del filme presenta mejor sincronicidad entre el sonido y la imagen y es una de las escenas mejores logradas y más entretenidas de la película.
Por último, en lo que respecta a las próximas versiones live action de películas de Disney, la secuela de Maléfica (Maleficent: Mistress of Evil, 2019) será estrenada el 18 de octubre de este año, Mulan será estrenada el 26 de marzo de 2020 y ha sido anunciada la producción de La Sirenita.