Técnicamente impecable (parece filmada en escenarios naturales y con animales reales pero es totalmente animada) esta remake del clásico de Disney de 1994 no tiene más razón de ser que esa proeza técnica. Es la misma historia, casi sin modificaciones y con casi nada de la gracia y belleza de la original.
Tengo la impresión que el debate en torno a EL REY LEON va a ser largo. No porque se trate de una película que amerite, por sí misma, un análisis demasiado complejo, sino por el mero hecho de su existencia. Imagino que tendrá un éxito sideral (peleará allá arriba en el ranking de las más vistas del año solo por detrás de TOY STORY 4 y AVENGERS) y generará en los que la vean algunas preguntas que no son las que se suelen hacer al final de una experiencia cinematográfica.
Imagino que la conversación no irá por el lado de si la película es buena, es mala, si gustó o no gustó porque –cambiándole un par de puntos y comas– es el mismo REY LEON que conocimos en los ’90. Imagino que la charla irá más por si tiene o no sentido hacer este tipo de remakes. Uno puede llegar a entender (aunque no comparta la filosofía de reciclaje permanente de éxitos del pasado en el que ha recaído Disney) que clásicos animados tengan nuevas versiones con actores. Es una variante posible dentro del juego de las remakes. Algunas saldrán más o menos bien, la mayoría saldrá bastante mal y un alto porcentaje dará aún más ganancias a un estudio que se está volviendo casi monopólico en lo que respecta a cine comercial norteamericano.
Pero no es el caso de EL REY LEON. La película de Jon Favreau es igualmente animada –no estrictamente como la otra, pero animada al fin– solo que apuesta por una animación fotorrealista, de esas que hacen que los espectadores puedan llegar a creer que los animales son reales. No, no lo son. Los animales no hablan inglés. Y no cantan “Hakuna Matata”. Es un muy cuidado y técnicamente impecable trabajo de animación, de eso no hay duda. ¿Pero qué sentido tiene hacer una remake casi idéntica de la original solo para mostrar eso? ¿No hubiera sido más sensato aprovechar los adelantos tecnológicos y modificar la historia?
Pero no. Salvo algunos detalles que solo notarán los niños de entonces (los que hoy tienen entre 30 años o un poco más) que vieron la película centenares de veces en VHS o DVD en los ’90, EL REY LEON del 25 aniversario es más o menos la misma película, al punto de que en varias escenas replica a la perfección a la original. Ni vale la pena que reitere la trama, ya que es prácticamente idéntica a la que conocen. Y los pocos cambios que hay es mejor que los descubran al verla. De hecho, uno podría pensar que ese apego a algo más “realista” le juega en contra ya que en ciertas escenas –especialmente las musicales–, la animación fotorrealista no puede tomarse las libertades gravitacionales y de imaginación creativa de la original.
La película funciona de manera prolija y correcta, casi de memoria, pero la gracia de la original se perdió. Las canciones son versiones aggiornadas de las clásicas, los chistes están ligeramente alterados pero son más o menos los mismos, los personajes también y así. No llega a ser una remake shot by shot pero tampoco hay una alteración suficiente que amerite una nueva versión más que demostrar que tecnológicamente se puede hacer y seguir facturando con los mismos productos. Una crítica norteamericana la comparó con un disco de covers y es bastante sensata la referencia, solo que dentro de las distintas variedades de ese tipo de álbumes que existen, EL REY LEON es una serie de covers que son demasiado parecidos a los originales. Casi como un álbum de versiones sinfónicas hecho por la misma banda que los compuso originalmente. Si no les vas a dar tu propio touch o algún rasgo distintitivo, ¿para qué hacerlos?
Finalmente lo que termina preocupando –no tanto al público que irá a verla en vacaciones de invierno pero sí a la crítica y a la industria– es eso. Con todos los recursos y poder que tiene hoy Disney, ¿tiene sentido que se limite a reciclar sus propios productos una y otra vez? Este año tiene dos películas de Marvel como AVENGERS y CAPITANA MARVEL, una de las cuales es una cuarta parte de una misma franquicia y enésima del MCU, mientras que la otra solo en parte es original ya que también se inscribe en el mismo “universo”. Y luego dos remakes de clásicos animados como ALADDIN y DUMBO. Eso es, literalmente, todo lo que estrenó Disney en 2019. Y ahora completa el asunto con EL REY LEON y en unos meses seguirá entregando nuevas aventuras de STAR WARS. Con tanto dominio multimillonario del mercado, ¿tan difícil es tomar algún mínimo riesgo?
Es cierto que cuando lo han hecho no les ha ido, al menos últimamente, demasiado bien. Pero hay algo tan corporativo, tan falto de alma y pasión en esta serie de productos, que cuesta involucrarse en ellos. Uno imagina que durante los próximos años tendremos, además de nuevos universos y aventuras de las sagas de Marvel y Star Wars, un recorrido por todo el pasado animado de Disney (y el no animado también, ver MARY POPPINS) seguido por secuelas de esos y otros éxitos y así, ad infinitum. Es “el círculo de la vida”, pero funcionando con las agujas yendo para el otro lado.