El rey león es un papelón cinematográfico que mancha el legado de un estudio que alguna vez se dedicó a estimular la creatividad e imaginación en el público.
La muerte artística de Disney encuentra sus responsables directos en los mercenarios que hoy conducen esta compañía, amparados por una cultura idiota obsesionada con la celebración de la nostalgia.
La remake de este clásico de los años ´90 fue un proyecto fallido desde su innecesaria concepción debido a la naturaleza de la historia y los personajes.
A diferencia de Aladdin o La sirenita que pueden prestarse, con un poco de imaginación, a ser reinterpretados desde otra perspectiva, el relato de Simba no se puede alterar demasiado porque pierde su gracia por completo.
El margen para hacer algo distinto en este caso era muy estrecho y la única novedad pasaba por los aspectos visuales.
No obstante, existía una pequeña esperanza de ver un espectáculo digno debido a que la realización estaba a cargo de Jon Favreau. Un muy buen cineasta que hace unos años concibió una nueva versión de El libro de la selva que tenía identidad propia. Su obra tomaba elementos del clásico de animación y de la novela de Rudyard Kipling para presentar un film, que al igual que Dumbo o La cenicienta, de Kenneth Branagh, funcionaba como un complemento del antecedente de Disney.
Lamentablemente Favreau le puso más dedicación a su programa de cocina de Netflix que a esta remake que se limita a ofrecer una copia carbón en CGI, escena por escena, de la producción de 1994.
Se trata de un producto comercial desapasionado que carece de alma y visión artística. El rey león (que nunca fue santo de mi devoción) ya acarreaba con el estigma de ser un plagio inmundo de Kimba, el león blanco, de Osamu Tezuka (Astroboy), que los productores tuvieron la desfachatez de ignorar como si nunca hubiera existido.
Después contenía toda esa ideología nefasta de la monarquía entre animales con la que era complicado de comulgar.
Pese a todo, la calidad de la animación y la soberbia banda de sonido (tal vez una de las mejores de la década de 1990) le otorgaron sus méritos artísticos. El problema con la versión de Favreau es que todos esos momentos emotivos que quedaron en el recuerdo acá se refritaron de un modo gélido y mecánico que dejan a la remake muy mal parada frente a la película original.
El hiperrealismo de la animación tiene sus virtudes técnicas pero no deja de ser una producción sin corazón que carece de esa calidez especial que sobresalía en la versión anterior.
La recordada muerte de Mufasa, que tal vez te hizo llorar en el cine, acá no te mueve un pelo pese a que fue copiada toma por toma. Lo mismo ocurre con la escena en que Simba y Nala se reencuentran como adultos, que pasa sin pena ni gloria en este relato.
El film de Favreau optó por recrear este conflicto a través de la estética que podría tener un documental del sello Disneynature y ese realismo desarrollado con los efectos digitales entra en conflicto con la impronta teatral que tuvo El rey león.
Esto se percibe especialmente durante las secuencias musicales que quedaron completamente forzadas y fuera de lugar en la película.
Las canciones funcionan como un compilado de grandes éxitos dentro de secuencias desabridas que son deprimentes de ver.
Muy especialmente en los casos de “I Just Can´t Wait to Be King”, “Hakuna Matata” y “Be Prepared”(el tema de Scar) que carecen de la magia de la original y no resultan compatibles con realismo que le otorga el director a la narración.
Todos estos momentos parecen pertenecer a una producción diferente.
Tampoco ayudó demasiado que las pocas innovaciones que incorporaron arruinan la historia o el perfil de los personajes.
El clásico de Elton John, “Can You Feel The Love Tonight”, ahora suena en una secuencia diurna (algo que no tiene sentido) en una versión karaoke interpretada por Donald Glover y Beyoncé.
La nueva canción que aporta la cantante, “Spirit”, encima es completamente olvidable.
El entrañable mono Rafiki perdió su sentido del humor para quedar deslucido en la trama y en general la narración de Favreau es bastante aburrida.
El CGI perfecto nunca logra transmitir la calidez que tenían los personajes originales y esto también se percibe en las interpretaciones.
Esos matices maravillosos que le dio Jeremy Irons a la personalidad de Scar, que era un antagonista más complejo, en la remake brillan por su ausencia.
En manos de Chiwetel Ejiofor el villano suena igual en todas las escenas y nunca llega ser intimidante.
Los únicos que logran destacarse dentro del reparto son James Earl Jones (que vuelve a interpretar a Mufasa), John Oliver como el ave Zazu y la dupla que conforman Billy Eichner y Seth Rogen , como Timón y Pumba respectivamente.
Estos personajes en particular levantan muchísimo la narración tediosa de la primera parte.
Pese a que esta versión es más larga, el trabajo de Favreau no hace nada por añadirle algún elemento interesante a su relato y por ahí pasa la mayor decepción.
Lo más triste es que hay toda una generación de niños que tal vez tenga su primer contacto con estos personajes a través de la remake zombi que nadie recordará con el paso del tiempo.
No deja de ser una paradoja que entre las nuevas escenas se destaque un momento con un escarabajo que empuja una bola de bosta de jirafa por el desierto.
Toda una metáfora poética del cine que Disney le ofrece al público en estos días.