En 2016, el director John Favreau sorprendió con una inspirada versión live action del clásico de Disney El libro de la selva. En esa oportunidad, el también realizador de las dos primeras entregas de Iron Man, acertó cambiando algunos giros de la historia original y dotando al mencionado film de una inquietante atmósfera sombría. Nada de eso sucede en esta operación de mercadotecnia y animación de alta tecnología que oficia como refrito de El rey león.
Estrenada en más de 500 salas en el país, era lógico un debut por lo alto para el majestuoso felino, que llevó casi a 350.000 personas en sus primeros dos días en pantalla. Con críticas poco estimulantes por parte de la prensa especializada, sumadas a un boca en boca que oscila entre la decepción y la evocación nostálgica de los fans de la versión de 1994, habrá que ver si este engendro de animación digital sostiene el interés del público masivo cuando pasen las vacaciones de invierno, y si logra acercarse al récord de una auténtica obra de linaje como Toy Story 4, que se prepara para llegar a los seis millones de espectadores y es la película más vista en la historia de los cines argentinos.
A esta nueva versión de El rey león, le alcanzan unos minutos para poner en absoluta evidencia sus virtudes y falencias. El extremado realismo visual de las imágenes, con todo tipo de detalles de la geografía donde transcurre la acción, así como la apabullante precisión para plasmar el movimiento, la gestualidad y las texturas de los animales protagonistas; son de de un prodigio indiscutible. Paradójicamente, esa elección que coquetea con el hiperrealismo, termina jugándole en contra a esta producción de Disney en todo momento. Aquellas escenas con simpáticos gags, que permanecen en nuestro recuerdo como frescas y luminosas, quedan aquí malogradas en su transición del clásico de los '90 a este ultra diseñado trabajo de animación digital. El director intenta apropiarse de los alocados códigos humorísticos propios del cartoon, cuando lo que tenía que hacer era buscar un efecto de comicidad que resultara más orgánico con la propuesta realista que decidió trazar sobre la pantalla.
La falta de actualización, tanto a nivel narrativo como ideológico, es sin dudas el peor lastre de El rey león. Hay que remar una hora de metraje hasta llegar al legendario Hakuna matata, y de paso comprobar que ni siquiera Timón y Pumba pueden elevar la temperatura de este freezer. El pajarraco Zazu, justamente el único personaje con un atisbo de fantasía, carga sobre sus alas la titánica tarea de insuflarle algo de frescura a esta amansadora. Pero esto no es todo. Si los pasajes "divertidos" no funcionan, los "dramáticos" se deslizan con pasteurizada cautela. Tratándose de un tanque industrial dedicado al público familiar, no se puede pretender que esta producción se zambulla en rincones demasiado perturbadores. Pero se hace muy evidente que cada instancia de tensión está fríamente calculada para no incomodar por demás a nadie.
Más allá de que los 88 minutos de El rey león de 1994 aquí se estiran a 118, destrozando en su camino las canciones originales con covers impresentables, lo más cuestionable de esta fallida operación de copy/paste, es su pereza absoluta, con algunas escenas calcadas con encuadre incluido; y un nulo refresh ideológico. Que en pleno siglo 21, una película se construya sobre las coordenadas de la moraleja aleccionadora en su vertiente más didáctica y culpógena, es un verdadero despropósito. A mitad de camino entre un documental de Nat Geo y una de esas propuestas religiosas que aterrizan cada vez más seguido en los cines, El rey león no exuda ni una gota de fervor creativo. Lo suyo es puro sermón con diseño de alta tecnología. Un rugido pinchado para una historia que cumple con la absurda proeza de atrasar más que su versión original.
The Lion King / Estados Unidos / 2019 / 118 minutos / Apta para todo público / Dirección: John Favreau / Voces en la versión original subtitulada: Donald Glover, Beyoncé, Chiwetel Ejiofor, James Earl Jones, John Oliver, Seth Rogen, Billy Eichner.