La vida salvaje…sin vida.
Como ya viene haciendo hace años, Disney toma otro de sus grandes clásicos animados para llevarlo al realismo en su versión live-action. En manos de Jon Favreau —quien supo demostrar hace unos años sus habilidades de adaptación con su muy buena reversión de El Libro de la selva— el clásico animado de 1994 que marcó a toda una generación y dejó con fuerza su huella en la historia del cine, se presenta ahora como un ejercicio cinematográfico que no le hace para nada justicia al original: El rey león es despojado de su encanto y de la emotividad de su narrativa en pos de un preciosismo visual que sacrifica a la historia en pos de ello.
El film de Favreau es un ejercicio técnico alucinante que se destaca en el registro y creación de la vida animal en el territorio africano a base de efectos digitales que tranquilamente podrían ser imágenes reales. Cada paisaje, cada especie animal y escenario del film es una recreación digital de la sabana africana. La clásica secuencia que inaugura al film con todo el esplendor de la vida natural o aquellos momentos libres de todo diálogo son los que permiten que el film resplandezca con todo su potencial visual. Pero el problema se presenta cuando los animales comienzan a hablar o cantar en escena, ya que genera un efecto inconexo entre el aspecto sonoro y el visual. Es el realismo extremo cuasi documental con el que es tratada la estética y el diseño de los personajes lo que les resta expresividad y, por ende, lo que termina resultando en una pérdida de todo elemento emotivo.
La clásica historia a lo Hamlet es conocida por todos: el justo y soberano rey león Mufasa (voz de James Earl Jones en ambas versiones), es traicionado y asesinado por su hermano Scar (Chiwetel Ejiofor). De esta manera, Simba (voz de Donald Glover en su versión adulta), es el futuro rey que huye y que deberá aprender y recordar quién es para hacerse cargo de sus responsabilidades para exigir el trono que le pertenece. El arco del personaje, la relación que mantiene con su padre, la aceptación de la muerte y el dolor como proceso de crecimiento, aquí se encuentran presentes de igual manera que en el original. La diferencia se da en que el espíritu y la poética de esos mismos conceptos, los cuales eran trabajados con el simbolismo de la animación y lo caricaturesco de la misma, lo cual enlazaba la ternura y gracia de sus personajes con la relación emocional entre ellos y el espectador.
En el caso de la nueva versión, el desarrollo de los temas centrales y la empatía hacia los personajes se hallan impregnados de una falta de dinamismo y corazón. Al tratarse de un film que recrea perfectamente la vida salvaje, resulta llamativo que justamente sea la vida de sus personajes e historia lo que está ausente. Así, el film resulta carente de toda emoción y conexión alguna, lo que genera un fuerte rechazo en el espectador esa frialdad que le impide el ser interpelado. Esa imagen madre que es el momento en que un joven Simba pone su pequeña pata dentro de la inmensa huella dejada por su padre, ahora se encuentra resignificada en la forma de un film que no pudo cubrir el legado dejado por la inmensa huella del original.
Es cierto que gracias a personajes como Timón y Pumbaa (Billy Eichner y Seth Rogen), la historia goza de ciertos momentos más coloridos y divertidos que amenizan al film, pero dicho elemento humorístico no es suficiente como para dejar de lado todos los demás aspectos que le restan al total de la obra, ya que es el buscado tono exageradamente realista el que hace que el relato no funcione ni para grandes ni para chicos, porque le fue quitada toda la relación y el reflejo posible que, dentro de la animación tradicional, se puede lograr. Esta vez el espectador llora al igual que Simba, pero no debido a la muerte de Mufasa, sino por un film innecesario que carece de toda vida.