A pesar del impacto visual que genera, esta remake de El Rey León no consigue la empatía justa y termina siendo una sombra de lo que fue la película original, que con menos tecnología pero con más corazón logró quedar en la historia.
El Rey León es considerada una de las obras por excelencia de Disney. Desde su estreno en 1994, la película marcó un antes y un después en cuanto a producciones animadas y podría decirse que gracias a ésta empezó una nueva época de oro en las películas del estudio. Gracias a su historia conmovedora, una animación que para ese entonces fue vanguardista e integrantes de un elenco de primer nivel que prestaron sus voces y quedaron para la posteridad, The Lion King se ganó una nueva chance para volver a conmover a una nueva generación de niños y también para intentar volver a enamorar a aquellos que supieron tener todo el merchandising posible de Timón, Pumba, Simba y compañía.
Para algún despistado que no sepa de que se trata esta película, El Rey León (The Lion King, 2019) cuenta la historia de Simba (JD McCrary / Donald Glover), el joven príncipe de un reino en donde diferentes especies de animales conviven en paz y armonía bajo el liderazgo del león Mufasa (James Earl Jones). Pero como en toda situación monárquica, no siempre se está de acuerdo con el Rey y es ahí en donde entra al juego Scar (Chiwetel Ejiofor), hermano del rey y tío de Simba, un león que quedó resignado a ver a su hermano triunfar y ser líder mientras que en él se iban generando unas ansias de venganza y deseo de poder incomparables a tal punto de nublar su juicio de manera definitiva. En la búsqueda por quedarse con el lugar de su hermano, Scar ideará un plan para deshacerse definitivamente de Simba y su padre para siempre y así poder quedarse con el trono del reino. Tras un trágico evento, Simba es desterrado a vivir fuera del reino y allí se hará amigo de Timón (Billy Eichner) y Pumba (Seth Rogen), una suricata y jabalí que le enseñaran a Simba una nueva forma de vivir y que le servirá también para poder recuperar el reino que le fue arrebatado.
En esta remake animada (cabe la aclaración porque muchos la cuentan como live action), la historia es exactamente igual que su versión original de 1994. A pesar de que el director Jon Favreu (The Jungle Book, 2016) y los guionistas Jeff Nathanson y Brenda Chapman intentan adaptar el cuento original a los tiempos que corren, el único aspecto que se destaca a grandes rasgos es el visual en donde realmente se nota una avance tecnológico realmente transgresor en donde todos los personajes que parecen sacados de la jungla debido a su detallismo extremo y diseño innovador. Al mismo tiempo, los paneos que propone el director de la sabana africana, bien podrían ser reales y la ilusión de que todo es verdadero se ve desde un primer momento. Incluso la manera en la que el film está montado y el juego de luces y sombras que se producen en la fotografía, otorgan un hermoso despliegue visual pocas veces visto. Ahora bien, teniendo en cuenta estos aspectos más que destacables, hay que tener en cuenta que la impronta narrativa que se podía haber esperado en esta película para poder diferenciarse del material original brilla por su ausencia. Todo lo que sucede es exactamente igual y salvo una sola canción que fue especialmente hecha por la cantante Beyoncé para la película, los temas son los mismos y puestos en las mismas escenas e incluso casi con la misma duración. Ni siquiera el genio musical de Hans Zimmer, con la curación de la propia Beyoncé y Donald Glover, logró imponer su banda de sonido. El problema más notorio que tiene la película es su claro problema para poder transmitir la historia. El tono utilizado no logra una conexión con el espectador y si bien lo que se ve es entretenido y en ningún momento peligra la atención que se le pueda prestar, al terminar el film puede quedar como una película más y olvidable.
El diseño de los personajes es extraordinario. Como ya se ha mencionado antes, el realismo logrado es de tal magnitud que tranquilamente podrían pasar por animales reales. Ahora bien, en la búsqueda por lograr una semejanza casi perfecta las expresiones de los personajes se ven perdidas y no logran reflejar en sus rostros lo que intentan demostrar en las voces. Los únicos tres personajes que si logran imponerse pese a ésta última arista son Mufasa, Timón y Pumba. El gran James Earl Jones, regresa a uno de sus mejores papeles y vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores de voz de todos los tiempos. Si bien es imposible separarlo de su trabajo como Darth Vader en Star Wars, no hay dudas de que Mufasa es el segundo mejor papel que le ha tocado tener en su carrera. En cuanto a Timón y Pumba, Billy Eichner y Seth Rogen respectivamente sacan adelante la película siendo ellos los encargados de otorgarle la cuota humorística a la película y rescatándola de la parsimonia en donde el relato cae. El resto del elenco no logra destacarse demasiado y teniendo en cuenta la calidad de las voces que tienen detrás, deja bastante que desear. Actores y actrices como Donald Glover, Beyoncé, Chiwetel Ejiofor y Alfre Woodard, entre otros, no logran brillar y terminan siendo un desperdicio contar con ellos.
A fin de cuentas esta remake de El Rey León es solo un eslabón más en la cadena con la que Disney intenta adueñarse de todas las salas de cine del mundo. Si bien sus aspectos técnicos y visuales pueden ser innovadores y ser un antes y después para futuras producciones, la “magia” que se logró transmitir en la versión original aquí no se da. Dentro de las múltiples remakes que se aproximan, la más cercana es Mulán (2020) que si será live action y se espera que sí cambien la historia con respecto a su película previa, y si bien seguramente vendrá con polémica se podrá apreciar de mejor manera que si adaptaran la misma trama otra vez.