Hay un diablo en mi cuerpo
Enésima revisión de ese clásico más clásico del cine de terror que es El exorcista (The Exorcist, 1973), El Rito (The rite, 2011) se presenta como una propuesta que suple la falta de originalidad con un desarrollo interesante y atrapante. Pero se empantana en su propia tibieza conformándose con la mediocridad de un par de saltos y sustos.
Supuestamente basada en hechos reales (¿alguien se encargará de comprobar la veracidad de las situaciones englobadas bajo esa leyenda?), la película del sueco Mikael Håfström narra la historia de Michael Kovak (un plástico y felizmente ignoto Colin O'Donoghue), seminarista y ex empleado de la casa fúnebre regenteada por su padre. Con su fe presa del descreimiento, lo envían a Roma para que tome clases de exorcismo. Para que se curta, digamos. Ahí conoce al poco ortodoxo Padre Lucas (Anthony Hopkins, quien aseguró que era su mejor película desde El silencio de los inocentes) y descubrirá que sus dudas eran infundadas: el Diablo existe.
Si hay algo que amerita la visión de El Rito es su tercio inicial. La primera escena es el preparativo de un cuerpo para su velorio. El recorrido pausado, casi admirado de Hafstrom por el principio del fin de una fisonomía humana; el procedimiento automático pero meticuloso con que Kovak lo maquilla, lo viste, lo armoniza; la presencia fantasmagórica de un Ruthger Hauer corroído por el tiempo invitándolo a cenar, todo construye una atmósfera ominosa, plena de claroscuros visuales, donde la multiplicidad de temas promete un relato atrapante. Porque después de allí, quizá como contraposición al patriarcado absoluto de su casa o como búsqueda de respuestas espirituales al hecho infinitas veces certificado de la expiración del cuerpo, Michael parte rumbo al seminario.
El Rito se pone mejor: el futuro cura piensa no ser tal porque descree, porque la religión no le dio las respuestas que buscada. Si hasta mira con apetencia sexual a una compañerita. ¿La película más iconoclasta del año? No, porque aparece el Padre Lucas y exorciza a El Rito dejándola inocua como una seda.
El tour de force religioso de Michael por los suburbios de la estilizada Florencia es el mismo al que Hafstrom somete a un espectador que lentamente empezaba a contagiarse del descreimiento generalizado. El Lucas de Hopkins, como el Lionel Lougue de Geoffrey Rush en la sosa El Discurso del Rey (The King's Speech, 2010), está construido a brocha gorda, por el puro utilitarismo narrativo de generar una situación aún mayor. En este caso es, se dijo, inspirarle espiritualidad al descreído.
El desenlace es a puro grito y efecto especial. Poco queda de aquella lasciva mirada de Michael a su compañerita, de la fascinación (de él y de la cámara) por el cuerpo y su contorno. El Rito prometía mucho más.