Fábula del exorcista que pecaba de aburrido
Desde La séptima víctima(1943) y Curse of the Demon(1958) –continuando, desde ya, con El bebé de Rosemary, El príncipe de las tinieblas y, más que ninguna, esa bestialidad de El exorcista– las buenas películas de terror satánico inducen al espectador, por más escéptico y racionalista que sea, a creer desesperadamente en el Mal durante dos horas. Las malas quieren convertirlo en creyente fuera de la sala, lo cual es imposible, porque no saben hacerlo adentro. Ejemplo extremo de esa clase, en lugar de ser la estrella de la película, en El rito el Mal parece interesar sólo como prueba de la existencia de su contrario. “Creo en ti”, le grita el escéptico protagonista a quien se supone es el demonio, durante un clímax de voces roncas, perjurios y venas a punto de estallar. “Por lo tanto creo en Dios”, remata. Ah, con que ahí querían llegar. Ya lo había anticipado el profe de Exorcismo del Vaticano, en una de las primeras escenas: “El objetivo de este curso es ver la posesión demoníaca a través de la lente de la fe”. La película, que parece financiada por la Santa Sede, aspira a lo mismo.
Como corresponde a todo ejercicio de didactismo laico o religioso, El rito es de una seriedad de-sesperante. Presuntamente basada en una historia real (como nueve de cada diez películas de Hollywood), con guión del multiuso Michael Petroni (The Dangerous Lives of Altar Boys, la muy mediocre Personalidad múltiple, la última Las crónicas de Narnia) y dirección del sueco Michael Hafström (que viene haciendo un thriller esquemático tras otro en Estados Unidos), la película narra, como toda fábula de propaganda, la conversión de un escéptico en creyente. La astucia es, en tal caso, que el escéptico no es periodista (aunque una periodista hay, para hacerle lugar a la decorativa Alice Braga), sino... cura. “En mi familia, sos empleado de pompas fúnebres o sacerdote”, constata resignado Michael (Colin O’Donoghue), el hijo del funebrero (el reaparecido Rutger Hauer). Seguramente para diferenciarse del padre, Michael elige lo segundo. Muchacho de convicciones no muy firmes, tras presentar la renuncia al seminario unos años más tarde, su superior (Toby Jones, Truman Capote en alguna encarnación anterior) lo convence de ir a tomar unas clases de exorcismo en Roma, aunque más no sea como forma de turismo. En Vaticano City Michael terminará dando con un veterano en la guerra contra Satán, el padre Lucas (a quien Anthony Hopkins compone con solemnidad de misa). Será el tocayo del pato quien a la larga elimine de raíz las dudas del escéptico, tras hacerlo testigo de las tortuosas sesiones con la niña poseída de turno (hija, aquí, de Maria Grazia Cucinotta).
Tan poco convencida de lo que en verdad quiere como su héroe, la película coquetea con el rol de hija rebelde de la Madre de Todas las Películas de Exorcismo (“¿Qué esperabas, cabezas que giran, sopa de arvejas?”, lo carga Lucas a Michael, en referencia a El exorcista), para terminar haciendo girar cabezas y torcer extremidades. Más preocupada por evangelizar que por asustar, El rito confunde la sala con el púlpito, aburriendo al no converso y sin regalar al ateo aunque más no sea un miserable sacudón.