Anexo de crítica: Las posesiones demoníacas -sean o no inspiradas en hechos reales- han perdido todo atractivo luego de la magistral El exorcista (1973), salvo honrosas excepciones como la alemana Requiem. El resto de los títulos que giran en torno a este tópico no llegan nunca a los niveles tanto desde lo narrativo, los personajes y los climas como aquella película que rezaba que el infierno era una construcción mental despojada de todo elemento sobrenatural. Siempre resulta más intrigante ligar un acto de posesión diabólica con cierta patología mental, pero sin caer en las redes de la racionalización pura como sinónimo de negación de los hechos. Ese es el principal problema que arrastra esta película de Mikael Håfström (1408), excesivamente solemne, cuyo único mérito es contar con la presencia de Anthony Hopkins para darle lustre a su personaje a pesar de no poder salir airoso de un caprichoso guión que busca desesperadamente a Hannibal Lecter...