Tenebrosas estampitas medievales
“El Rito” se promociona como “basada en hechos reales”, ya que está guionada a partir de un libro de investigación periodística, realizado por un estadounidense residente en Roma, que registró algunas experiencias documentadas en la escuela de formación de exorcistas, asombrosamente activa hoy en el Vaticano. Sobre esa base no ficcional, el guion construye una historia adaptada a las necesidades de una narración subjetiva (casi propagandística) que pone distancia con la fuente originaria.
El argumento cinematográfico pone en el centro de la historia al joven Michael Kovak (Colin O’Donoghue), miembro de una conservadora familia estadounidense, que por generaciones ha orientado y mantenido una vocación humanitaria en los oficios de agente funerario o de sacerdote. Al inicio del film, vemos cómo este joven de nombre y presencia angélical pasa sus días en la morgue familiar, acondicionando cadáveres con respeto y compasión que hacen intuir en él una necesidad espiritual para ese contacto cotidiano con el dolor y la muerte. En su interior, se debaten explicaciones racionales que no alcanzan para echar luz en inquietudes esenciales. Esto lo lleva a emprender la segunda alternativa familiar: el sacerdocio. En realidad, solamente se propone cursar el seminario teórico, dejando abierta la posibilidad de retirarse en caso de que las dudas sobre su vocación persistan. El azar y la perspicacia de uno de sus maestros influyen para que este indeciso aprendiz de fe viaje desde EE.UU. al Vaticano, para realizar un curso de exorcismos, circunstancia que lo llevará a encontrar al menos ortodoxo de los conocedores de esta práctica de resabios medievales.
A esta altura, recién llegamos a la presentación de la desigual dupla actoral que sostiene el planteo básico de la película: la pugna entre fe y escepticismo, que encarna el joven novato (Colin O’Donoghue) versus el experimentado sacerdote jesuita (Hopkins).
Por debajo del modelo
El problema es que la segunda parte de “El Rito”, no se desarrolla a la altura de lo que prometen sus óptimos primeros 45 minutos, porque la historia se vuelve tan infantil como una historia de estampitas con monstruos y ritos medievales. La maldad y el horror parecen limitarse a relatos míticos como sacados de un manual de catecismo adaptado a niños que necesitan un relato en forma de cuento.
La otra gran decepción es la falta de expresividad del joven actor principal (Colin O’Donoghue) que no da la talla, precisamente, cuando el personaje debe demostrar su clímax de infierno espiritual.
Con respecto al escabroso tema de las posesiones diabólicas, la película no agrega ni mucho menos está a la altura de aquel clásico modélico de 1973 “El exorcista”, de la que de ninguna forma es un remake, pero a la que se alude a partir de un chiste del mismo Hopkins (“¿Qué esperabas, cabezas que giren, sopa de lentejas?”, le increpa al aprendiz); aunque queda claro que se está lejos del clima de terror casi místico de la obra maestra dirigida por William Friedkin.
De todos modos, el producto final de “El Rito” es aceptable y logra entretener. Tiene a su favor la sólida interpretación de Anthony Hopkins y algunos momentos elegantes de la puesta en escena de un director que cuenta con mejores registros en su haber como “Evil” o “1048”.
Así, la nueva película del elegante realizador sueco radicado en EE.UU., Mikael Hafstrom, oscila buscando hacer equilibrio sobre lo que es bueno y lo que es vendible, aspectos que no siempre coinciden.