Diluído encuentro con el diablo
De todos los villanos de la historia del cine de terror, el que menos ha envejecido es sin duda el diablo. Su aparición en el cine comercial se produce en la década de 1960 (y no antes por razones de censura) con films como El bebé de Rosemary. Seguirían clásicos del terror satánico: El exorcista y La profecía. En los ’80 fue perdiendo fuerza el subgénero, porque la ironía de la década no le dejó mucho espacio. El rito, sin embargo, viene a formar parte de un resurgimiento del género ocurrido en los últimos años. Sin intención de caer en lugares comunes, hay que decir que ninguno de los films recientes –El exorcismo de Emily Rose, El último exorcismo y ahora El rito– se les acerca ni por asomo a aquellos clásicos ya mencionados. Es curioso, porque aunque en todos los casos hablamos de un cine netamente comercial, cuando uno veía la actuación de actores como Max Von Sidow o Gregory Peck en aquellos títulos, encontraba una autenticidad que era una de las claves de la efectividad de aquellas películas. Acá ocurre casi lo contrario. Si bien el talento indiscutible del gran Anthony Hopkins le permite dar fuerza a muchas escenas, algunas incluso magníficas debido a él, son chispazos aislados de un gran oficio que no está acompañado ni por la puesta en escena ni por el guión. Avanzar sobre la trama en esta clase de películas es arruinar lo poco que puede sorprender al espectador, pero definitivamente no debería, quien quiera ver esta película, esperar un guión de esos que deslumbran. La tensión entre el esceptisismo del joven cura y el veterano exorcista se queda en la superficie y el marco de conflictos personales que el primero tiene no alcanza a comprometer al espectador para sentir una identificación más profunda. Y es justamente esa distancia la que hace que El rito no asuste ni interese realmente, aun cuando, con pícaro ojo comercial se nos diga que está basada en un hecho real.