Llueve copiosamente y en la calle no hay un alma. Araujo está refugiado bajo el alero de un local cerrado. Sobre la avenida se han formado varios charcos; en ese fragmentado espejo de agua se distingue, deformado, un cartel luminoso. Araujo levanta la vista y descubre, delante suyo, la fachada del Banco Río. Viernes 13 de enero de 2006. Los francotiradores del Grupo Halcón están a la espera de una orden. Más de tres centenares de policías diseminados por el lugar aguardan la voz de su jefe. Miguel Sileo, el negociador, deja diluir las esperanzas de que Vitette, uno de los líderes de la banda de ladrones que entró a la sucursal del Banco Río de Acassuso de señales de vida. Las pizzas que había pedido como condición se habían enfriado. El grupo Halcón recibe la orden y entra: se encuentran con lo inesperado. Armas de juguete y una veintena de rehenes asustados los esperan dentro; no hay señales del grupo de ladrones. Mientras revisan a los rehenes para descubrir a los artífices del robo camuflados entre ellos, la policía va descubriendo que, más de la mitad de las cajas de seguridad fueron abiertas y vaciadas. Un cartel colgado en la bóveda anuncia con letras hechas con una plantilla “Sin armas ni rencores, en barrio de ricachones, es solo plata y no amores”. Como si fuera un acto de prestidigitación del propio Houdini, Vitette, Araujo, De La Torre, Debauza, Marciano y El Gaita han desaparecido. Solo un eslabón queda suelto. Meses después del robo, La Turca, esposa de Beto De la Torre, despechada porque su marido se fue con otra a disfrutar de su nueva fortuna, denuncia a los seis integrantes de la banda. Uno a uno va cayendo. El dinero nunca aparece. ¿Fue lo de La Turca una grieta en el plan perfecto, o incluso esto había sido ideado por el cerebro del Robo del Siglo?