DUELO DE MACHOS PROFESIONALES
Aunque está lejos de calificar como clásico –de hecho, es un film bastante discutido-, Fuego contra fuego es un film definitivamente emblemático de los noventa y creador de un paradigma en lo que se refiere al realismo en la acción. La ambición de Michael Mann lo llevó a expandir el relato original del piloto para televisión L.A. takedown, construyendo una saga policial y criminal algo despareja en el desarrollo de los personajes, pero cautivante desde los aspectos audiovisuales: pocas veces Los Ángeles había sido tan fascinante como espacio urbano y la obsesión por el profesionalismo se trasladaba incluso al sonido, con el impactante tiroteo a la salida de un asalto bancario como máxima expresión. Para bien y para mal, Fuego contra fuego se convirtió en un punto de referencia para el cine de acción posterior, a la vez que Mann terminaba de consolidar un estilo propio y lo seguiría profundizando en películas posteriores como Colateral: lugar y tiempo equivocado, Miami Vice, Enemigos públicos y Blackhat: amenaza en la red.
El diálogo con Fuego contra fuego es explícito en El robo perfecto, que actualiza (y hasta casi repite) el duelo profesional entre policías y ladrones, esta vez centrándose en el enfrentamiento entre el Teniente que encabeza la División de Crímenes Mayores de Los Ángeles (Gerald Butler) y el líder de una exitosa banda de ladrones de bancos (Pablo Schreiber). Pero también con otras expresiones más recientes que abordan la violencia urbana y los códigos de los sujetos a ambos lados de la ley, como Día de entrenamiento y Atracción peligrosa. Y lo que va quedando es un híbrido, un poco a mitad de camino entre el cuento básico de L.A. takedown y las ambiciones un tanto épicas de Fuego contra fuego, atravesadas por elementos propios del cine del presente.
En un punto, la ópera prima del director y guionista Christian Gudegast (quien venía de co-escribir Londres bajo fuego y Un hombre diferente) muestra a un realizador que pareciera haber aprendido unas cuantas lecciones de sus referentes pero solo las básicas y no todas como para terminar de diseñar un estilo propio bien definido. Por ejemplo, no terminan de cimentarse las distintas dinámicas grupales; de hecho, el único personaje que tiene un mayor desarrollo personal es el de Butler, cuya subtrama familiar –que incluye todo un proceso de divorcio- es tan superficial como redundante. Gudegast, evidentemente, quiere decir algo sobre cómo lo laboral termina alterando lo afectivo, pero no pasa de cederle espacio a Butler para que muestre su lado más desagradable, construyendo un personaje con más de una similitud con el de Denzel Washington en Día de entrenamiento.
En cambio, Gudegast muestra mayores aciertos cuando sus personajes se callan para pasar a expresarse desde lo corporal: las miradas, gestos, incluso los tatuajes que pueblan sus físicos, dicen mucho más sobre los protagonistas de El robo perfecto que sus palabras. Por caso, hay una escena en un polígono de tiro donde no pareciera suceder nada, pero en verdad dice mucho sobre los códigos machistas que atraviesan a dos bandos supuestamente opuestos, pero que comparten más de una característica. Y eso queda mucho más explícito en los dos tiroteos principales –uno al principio del film, el otro casi al final-, en los que se fusionan la conducta profesional con la conciencia grupal. Allí es donde la frialdad que afecta a buena parte del relato adquiere connotaciones positivas desde el vigor y la fisicidad de la puesta en escena.
Claro que, como dijimos antes, Gudegast no puede evitar anclarse en ejes contemporáneos, propios del cine actual, y ahí es donde aparece la necesidad casi patológica de construir una franquicia. El giro del final, pretendidamente astuto y que deja las puertas abiertas para una secuela, es cuando menos forzado, poco verosímil y hasta va a contramano con el tono que se pretendió hilvanar durante casi toda la película. Aún con sus factores de interés –sustentados en cómo delinea el duelo entre machista y profesional entre los protagonistas-, El robo perfecto no deja de ser una copia carbono de muchas cosas ya vistas.