Den of Thieves: El robo perfecto es testosterona al por mayor en acciones paralelas a ambos lados de la ley.
Los Angeles y sus alrededores tienen una población de casi 20 millones de habitantes. Es la ciudad de EE.UU. donde se cometen numerosos asaltos a bancos, más que en ninguna otra de ese país. Una banda de ladrones comete un robo menor en el que algo sale mal y mueren policías. Eso los convierte en los criminales más buscados, especialmente por el grupo de policías liderados por “Big” Nick O’Brien (Gerald Butler), que tiene métodos nada ortodoxos para investigar el caso. Del otro lado de la ley está Ray Merrimen (Pablo Schreiber), un veterano de la guerra en Irak.
Los criminales y los policías parecen estar amalgamados y si se entrecruzan los roles es porque, como dice el mismo Big Nick, él y los suyos son como una pandilla pero con placas. Tanto como para advertirles a los ladrones quiénes son los verdaderos chicos malos. El eterno juego del gato y el ratón, dos bandos que se conocen, se miden, se amenazan, se vigilan y están atentos al próximo paso del otro.
Christian Gudegast hace su debut como director con Den of Thieves: El robo perfecto y el defecto de su opera prima es poner demasiados elementos para darle espesor a su historia. Su capricho parece ser el querer sumarle peso dramático y conflicto a los personajes principales, en especial al de Butler, para ganar prestigio como realizador.
Con una duración demasiado larga (2 horas y 20 minutos) el asunto se hace, por momentos, tedioso. Hay además, una inexplicable obsesión por colocar subtítulos con los barrios en los que suceden las acciones y otros con los nombres de los personajes que no agrega nada a la trama.
Sobrevuela en el film cierto aire a Fuego contra fuego (Michael Mann) y una gran carga de misoginia, a tal punto que los personajes femeninos podrían haber sido eliminados y dejar la cosa en un duelo de machos alfa y nada se hubiera resentido. A poco más de un mes de su estreno en USA, ya se ha anunciado su secuela cuyo escenario será Europa. Eso explica, en parte, el giro que toma la última escena.