La Codicia y la Necesidad. Crítica de “El Rocio” de Emiliano Grieco.
Sara vive junto a su pequeña hija Olivia en una zona rural de Entre Ríos, al lado de unos campos de soja, y trabaja en una granja cercana. La niña comienza a presentar problemas de salud debido a los pesticidas usados en los campos, y el médico del pueblo le sugiere ir a Buenos Aires para que le haga unos estudios. Sara va a los campos a quejarse, pero la ignoran; intenta hacer una denuncia policial y no se la toman. Para pagarse el viaje, accede a llevar unas drogas a la ciudad. Por Bruno Calabrese.
Cada año en el mundo se intoxican cerca de 3 millones de personas por el uso de agrotóxicos. Mueren más de 220 mil por año. Esto significa 660 muertes por día, 25 muertes por hora. El programa de vigilancia epidemiológica de los Ministerios de Salud y la Organización Panamericana de la Salud en 7 países de Centro América, estima que cada año, 400.000 personas se intoxican por plaguicidas. Naciones Unidas considera que la tasa de intoxicaciones en los países del Sur podría ser unas 13 veces mayor que en los países industrializados, por lo cual declaró a los plaguicidas como uno de los mayores problemas en el ámbito mundial. Para 1991 se calculaba que 25 millones de trabajadores agrícolas sufrirían un episodio de intoxicación por plaguicidas y que éstos serían responsables de 437.000 casos de cáncer y de 400.000 muertes involuntarias.
La película de Emiliano Grieco pone sobre el tapete el tema, pero no se queda en los números y estadísitcas. Rocio vive en el medio del campo, sola con su hijo, en una zona de alta exposición a los agrotóxicos. La belleza del lugar contrasta con el veneno que corre en el aire y las condiciones de precariedad en la que viven ambos. El director lo retrata de manera eficiente, con tomas de cortinas que se corren con el viento y un rocio que se ve en el reflejo del sol que entra por la ventana. Luego de eso, la niña, sola en la cama, respirando el aire infectado. Preámbulo perfecto de lo que se vendrá: tos seca, zarpullido por todo el cuerpo y un doctor (Tomás Fonzi) que le recomienda a Sara que vaya a Buenos Aires a tratar a su hija porque en ese lugar no le pueden hacer los estudios correspondientes. Pero le advierte que no le puede hacer un informe sobre el cuadro para derivarla por miedo a represálias. Las condiciones económicas de Sara no le permiten costear el viaje, por lo cual deberá acudir a un extraño dealer que le pagará para traficar droga a la gran ciudad.
Más allá de la denuncia por el uso de glifosato, la película plantea las maneras diferentes que pueden conducir a una persona a cometer un ilícito o traspasar el límite de la legalidad. Mientras los terratenientes rurales contaminan los campos para conseguir mayores cosechas de soja, Sara debe haccerlo por una cuestión de necesidad. Su hija requiere un tratamiento, que la precariedad del sistema de salud del lugar donde ella vive no puede brindarle. Por eso se ve obligada a meterse en el submundo del tráfico de drogas, poniendo en riesgo, no solo su vida, sino de quienes viven junto a ella. En la película la moneda corriente es el dólar (todos los negocios que lleva a cabo Sara se llevan a cabo bajo esa modalidad), de esta manera se pone en igualdad de condiciones ambos ilícitos, el de la droga y la producción de soja con productos que están prohíbidos en la mayoria de los países, pero que acá aún es utilizado pero también la peligrosidad de ambas formas de proceder.
La desesperación silenciosa de Sara es interpretada por Daiana Provenzano, quien se luce como una madre arrolladora y fuerte. Quien no baja los brazos, ni se calla ante cada injusticias que sucede a su alrededor. Con sus armas, muchas veces en las sombras y sola, con su hija a cuestas casi siempre. Haciendo frente al dueño del campo que envenena a la gente del pueblo y plantándose frente al dealer. Con pocas palabras se carga con el peso dramático de la película. Tomás Fonzi es el otro protagonista que se destaca, interpretando al típico doctor de campo, atado de manos por los poderosos del pueblo, que le cierran todos los canales de denuncia, y cuando lo logra hacer es transferido.
“El Rocio” es una muestra de las dos caras de la moneda. Una, la de la codicia de los empresarios agrarios, capaces de envenenar a sus tierras y sus vecinos en pos de producir más, sin escuchar las advertencias ni las denuncias. La otra, la cara de la necesidad y de la desesperación. La de una mujer que se expondrá a situaciones riesgosas, víctima de la desidia y la precariedad en la que está sumergida por culpa de otros.
Puntaje: 75/100.