La primera escena de El rocío plantea su tema sin demasiadas sutilezas. Allí se ve a un par de hombres con trajes amarillos empuñando un rociador con el que fumigan varias plantaciones ubicadas muy cerca de la casa de Sara (Daiana Provenzano). Le sigue un plano a contraluz de las pequeñas partículas del líquido venenoso ingresando por la ventana, muy cerca de donde juega su hija.
Los progresivos malestares de la pequeña encienden las luces de alerta de esa madre que, como se verá más adelante, estará dispuesta a todo con tal de salvarla. El problema con la película de Emiliano Grieco es que ese “todo” es lo suficientemente amplio para volver el relato inverosímil. A fin de cuentas, Sara atravesará un sinfín de peripecias durante su largo recorrido para saber la verdad.
En medio de todo eso se cuela una evidente voluntad de denuncia ilustrada en el médico interpretado por Tomás Fonzi. Este personaje articula a los distintos vecinos con síntomas similares a los de esa pequeña, subrayando así el carácter bienintencionado de este drama ambientalista algo obvio aunque filmado con nervio y tensión.