En El rocío no hay medias tintas narrativas, tonos grises o sutilezas dramáticas para jugar esta trama que tensa el mundo de la maternidad con el de la contaminación ambiental, un conflicto real y paradojal para la vida del campo. El narrador ha tomado el blanco y negro como los dos tonos que diseñan el volumen narrativo del filme, más allá de los bellos colores plásticos con los que ha sido iluminado. Pero, todo lo que se polariza se empobrece sin excepción.
Desde el minuto de inicio la película los planos con gran calidad y pulso componen la apertura y dejan ya en plena evidencia que el territorio público y privado son un campo minado, minado por veneno de ese ingenuo pero letal rocío sobre los sojales y sobre las ventanas abiertas que llevan la brisa hacia en interior de las casas.
Este campo minado es el mundo que se construye para insertar allí la figura de una joven madre proletaria y su pequeña hija. La madre (Daiana Provenzano) es testigo cada día de una señal más de tantas que indican reiteradamente la presencia de un peligro al acecho, de una tensión amenazante que plano a plano anuncia instalarse en el argumento y en sus vidas.
Los hombres de amarillo, esos fumigadores anónimos, la imagen de una vaca muerta, las gotas constantes del veneno como el rocío que humedece el aire. La sangre que gotea de las ubres de una vaca… Hasta que un día un accidente doméstico, el del aceite que se convierte en llamas, lleva a la protagonista al hospital y así se va disparando la que será la trama del conflicto central: su pequeña hija que no respira bien puede tener veneno en las vías respiratorias. Y, es cantando que el medico la deriva a realizarse sus estudios en Buenos Aires. A este paso obvio, le sigue otro tan obvio a la vez, ella no tiene dinero ni para viajar ni para quedarse en la ciudad y enfrenta con cuestionamientos al Doctor (Tomas Fonzi) que trata de ayudarla a sacar su fuerza y valentía y encontrar una solución.
Esta trama que propone una épica de la madre justiciera y salvadora cae en dos desgracias radicales: una la inverosimilitud y la segunda la imposibilidad de generar empatía. Por nadie.
Los caminos del infierno que una madre pueda tomar, y más en términos cinematográficos, para salvar a su hija son un canon de la historia del cine archi validados, pero, el peligro narrativo es el procedimiento del relato, o sea el “como llega allí”. Y si la vemos en el minuto quince del filme tratando de hacer ingenuamente una denuncia contra los sojeros en la comisaria, para verla en minuto veinte cargándose dos bloques de cocaína en la mochila así de simple, como un acto natural, como para que alguien confíe en ella que va y viene con ese “mandadito” que son cientos de dólares.
En cuanto a la empatía hacia el personaje central de la MADRE SOLTERA/MUJER JOVEN/OBRERA/MARGINADA, cinco características de clase social y género que podrían ser sus fuertes para identificarnos y a la vez para proyectar al personaje hacia su lucha, esta construcción fracasa en el guion y termina de desarmarse en la actuación.
La actriz, Daina Provenzano, con su gestualidad, y su dicción fallida sumado a los textos nada subtextuales la dejan bastante lejos de crear un arco emocional con el espectador e inclusive con otros personajes. Este tipo de personajes claramente funcionan por estar hechos de pura carencia y valentía a la vez, cosa que aquí funciona de manera totalmente inverosímil.
Como relato de denuncia es fallido, porque al final el personaje no lucha con nada que represente al poder antagónico que la ha llevado hasta allí. Los manotazos de ahogado son esas muertes y afrentas entre otros personajes que no son más que estereotipos del mal o de la inmoralidad.
Filmada con pulso tenso y dinámico, con nervio en los planos cortos y con una iluminación dramática muy cuidada no logra transmitir mucho más que un mensaje superficial de historias como estas que son bastante mas desgarradoras.
Por Victoria Leven
@LevenVictoria