MI REINO POR UN AMOR
La historia está ambientada en dos tiempos. Sus protagonistas, dos mujeres. Su tema, la insatisfacción, la soledad y el difícil cerco que a veces impone el amor. En primer plano aparece un hecho real: la crónica de ese gran amor entre Wallis Simpson, una plebeya norteamericana dos veces divorciada, y Eduardo VIII, el futuro rey de Inglaterra. Y en segundo plano, una ficción que recrea ese memorable capítulo: una malquerida señora de hoy, se mira en aquel espejo para entender su desgraciada vida amorosa. La Wallys actual admira a la Wallis verdadera. Una y otra van dejando ver los contornos de unos amores con más pesares que alegrías. El film de Madonna es un melodrama con hallazgos visuales. Tiene más de un acierto en la primera parte pero se queda sin fuerza a medida que la historia avanza. Todos hablan de aquel príncipe de Gales que por amor dejó tanto en el camino. Pero Madonna reivindica aquella mujer que por amor también renunció a su hogar y que fue despreciada en Inglaterra y acusada invariablemente de trepadora y adultera. Ella pasa a ser la vocera de esta elegante prédica sobre la callada resignación femenina en un mundo de hombres.
La película -raro en Madonna- transita por senderos conocidos. No es provocativa ni arriesgada ni explora caminos nuevos. Es convencional, cuidada, políticamente correcta. Pero se ve con interés. Su idea es rendirle un homenaje a esas novias llenas de sueños que entregaron todo y se fueron quedando sin nada.