El fraude de Ciccone
Uno se espera lo peor, se sienta casi con resignación a ver una película dirigida por alguien que, más allá de su enorme talento musical, casi nunca le ha ido bien en cine. Pero nadie sabe muy bien qué puede hacer Madonna como directora. Entonces la película no empieza mal y uno se ilusiona. Y sigue -en un estilo Wong Kar-wai/Tom Ford/Sofia Coppola/Guy Ritchie- y uno piensa: bueno, no será muy original, pero no está mal el intento de sacarle a la historia de la abdicación de Eduardo VIII y su romance con Wallis Simpson la pátina de la qualité del cine inglés al estilo El discurso del rey.
Pero al rato el asunto empieza a hacer agua. Y más agua. Y en la segunda hora se hunde cada vez más. Y, como no parece terminar nunca, los últimos 15 minutos ya son como el Titanic.
Es una pena, porque Madonna no pudo nunca despegarse de la idea de contar un drama psicológico tradicional y los toques arties son simplemente eso, decorativos, a la usanza del momento, para la gilada que, como yo durante un rato, pensamos que la película iba por el buen camino. Como decía Maradona, su casi tocayo, en la segunda hora "se le escapó la tortuga". Y ni se les ocurra leer a la prensa británica. Si piensan que yo, que le tengo enorme cariño a la señora Ciccone, la maltrato no saben los destrozos que la crítica inglesa y estadounidense está haciendo con esta película.