Ella y yo, acorraladas
En el día del primer recital en Buenos Aires del tour MDNA se estrena El romance del siglo (W.E., 2011), segundo film dirigido por Madonna. El romance entre el Rey Eduardo VIII (James D'Arcy) y su amante, Wallis Simpson (Andrea Riseborough), llega a la pantalla grande de la mano de la estrella pop.
Es curioso que tratándose de una de las artistas más controversiales e irreverentes del mundo, en El romance del siglo la cantante (y directora) Madonna haya cedido ante tal grado de corrección política y de estilo. Naturalmente, la historia-base proveía muchos más vericuetos y puntos oscuros que la trama sentimental a la que –evidentemente- aspiraba retratar. Pero si bien está lejos del desastre que los críticos norteamericanos apuntaron, estamos frente a una película que hace uso y abuso de su consciencia feminista. A medida que la trama avanza, da la sensación de que el film no termina de fluir porque se nota demasiado las ideas que se revelan como su razón de ser.
Los espectadores que tengan presente el comienzo de El Discurso del Rey (The king´s speech, 2010), recordarán la abdicación al trono del Rey Eduardo VIII, quien dejó su cargo para poder casarse con una norteamericana con la que inició una relación cuando aún estaba casada. Ese fue el puntapié para la asunción del “rey tartamudo”, personaje central en aquel film. Aquí, el protagonismo se invirtió. Aunque no se trate de uno absoluto, porque El romance del siglo introduce a un personaje contemporáneo e igualmente significativo; una bella ama de casa también llamada Wallis (Abbie Cornish) que admiró siempre a la “Wallis histórica”. Tanto, que escapa de su penosa relación marital yendo continuamente a ver la colección de objetos que pertenecieron a los duques.
La dirección de arte es excelsa, preciosista. Muy a tono con esos productos de qualité que a Harvey Weinstein (el productor) le encantan. Esta variable estética llega, por momentos, a exasperar. Es como si Madonna estuviera más atenta a lo tangible que a lo intangible, que cobra en la admiración de la Wallis actual por la Wallis antigua su mayor sentido. No conforme con que las historias “dialoguen” de forma sutil, la trama entrega una serie de encuentros entre las dos mujeres. A las que –se nos recuerda una y otra vez- las une la maternidad frustrada, la violencia de género, la inconformidad cotidiana. También las une el amor prohibido, desde ya. Que el guión obvie los comentarios racistas de la Duquesa y pase muy superficialmente las acusaciones de simpatía con los nazis del Duque, vaya y pase. Pero que analogue aquel romance (“el del siglo”) con el de una joven de clase media alta frustrada y un sensible poeta ruso que custodia la muestra de Sotheby’s es demasiado. Y no porque no se puedan encontrar equivalencias, sino porque todo luce acartonado.
Sólo la última media hora consigue que la historia de los duques cobre un poco de vida, y eso ocurre porque Madonna profundiza (sin abandonar su puesta en escena correcta, “a la Hallmark”) el relato centrándose en la mente y contradicciones de Wallis Simpson. Dejando de lado el tono museístico y feminista que la encorsetó hasta ese momento.
No es un detalle menor que la película se concentre tanto en mostrarnos –con lujo de detalle, valga la redundancia- sus preciadas joyas, en el pasado y en el presente de la historia. Chica material, le dicen.