¿Recuerda aquellos primeros minutos de “El discurso del rey” (2010)? Allí veíamos a la familia real escandalizada porque el sucesor del Rey Eduardo VIII abdica en favor de su hermano tartamudo para irse con la mujer que amaba. Bien, “El romance del siglo” es como echar una mirada desde el punto de vista del escándalo, sólo que de manera un poco menos tradicional que la ganadora del Oscar. Veamos:
Madonna ha sido, y es, una transgresora en todos los ámbitos y escenarios en donde se ha movido. No una transgresora como algunas “vedetongas” de nuestro medio; sino una verdadera pionera de la liberación sexual, expresiva, religiosa y, por qué no, política. En sus discos y sus videos podemos ver fácilmente como el mito se ha ido transformando, facturando millones y marcando muchas de las tendencias que vemos en las “artistejas” pasajeras que visitan el ranking de las radios un par de veces y luego no saben como reinventarse para mantener satisfecha a la gran bestia pop.
Dos o tres mujeres de la historia le quitaban el sueño a la cantante. Evita, Marilyn Monroe (a quien homenajeó en los Oscar con la canción de “Dick Tracy” en 1993), y Wallis Simpson. Con la primera se sacó las ganas en 1995 en la versión cinematográfica de Alan Parker, la tercera la encuentra en un momento de su carrera en la que prácticamente puede hacer lo que se le de la gana. Por ejemplo, poner la guita para hacer esta película. Uno que ha seguido de cerca la carrera de la diva entiende por qué estas mujeres la obsesionan: todas han traspasado barreras en un mundo machista, o al menos lo han intentado marcando precedentes.
En 1928, Wallis Simpson (Andrea Riseborough) era "una cualquiera" (según la alta sociedad de la época) que entró en la vida del príncipe Eduardo a costa de meterse en donde debía. En 1998, Wally Winthorp (Abbie Cornish) anda cómoda y paseando por Sothesby en Nueva York, hipnotizada por una pronta subasta de los objetos y joyas que pertenecieron a Simpson.
“El romance del siglo” intenta trazar un paralelo entre estas dos vidas, misión cuyo resultado fallido dispar atenta contra el alma de la obra más que respecto de la carcaza. Porque desde el punto de vista técnico y visual Madonna ha logrado una cabal demostración de minuciosidad en la hegemonía de la fotografía, una dirección de arte casi siempre bien acompañada de la música (en la que no interviene) y un montaje pausado que encuentra buenos momentos entre los saltos de tiempo.
No son en esos aspectos donde reside la falla, sino en el tenue punto de contacto entre una historia y la otra. La debilidad de la conexión entre una mujer condenada y juzgada por la sociedad y otra que sufre el abandono y la violencia doméstica de su marido hace más difícil el compromiso del espectador con ambos destinos. Un vacío de humanidad, como si los bellos pero escuetos momentos filmados a lo "videoclip de tema “lento", fueran el único vehículo por el que transitan las emociones. De todos modos, nobleza obliga, se cuentan dos historias y todo está bien filmado.
Con más puntos a favor que en contra, uno se queda con las ganas de decir que esta película correcta podría haber sido mucho mejor.