Más superficie que sustancia
Para algunos, el romance entre la norteamericana Wallis Simpson y Edward Windsor, heredero al trono -y más tarde rey- británico, es uno de los romances más fascinantes de la historia. En medio de una Europa convulsionada por el avance de los fascismos, el amor entre una mujer casada y el futuro monarca de Inglaterra es materia de leyenda. Un amor con el que sueñan las mujeres del mundo, especialmente si no son felices en su vida cotidiana. Al menos eso es lo que cuenta Madonna en su segundo largometraje como directora, un proyecto que se parece más a una publicidad de lencería cara o un videoclip de aquellos que la cantante solía hacer en los años noventa. Pura belleza superficial, una puesta en escena atractiva y cuidada, pero que carece del peso dramático para sostenerse más allá de lo estético. Lejos de bucear en los detalles de El romance del siglo al que hace referencia el título, el film busca dar cuenta de lo complejo de la vida de dos mujeres atrapadas por circunstancias que las superan. Por un lado está la figura histórica: Wallis Simpson (Andrea Riseborough), cuyo amor puso en peligro la monarquía inglesa. Por el otro está Wally Winthrop (Abbie Cornish), joven esposa de un exitoso médico que languidece en su existencia como ama de casa de la alta burguesía neoyorquina mientras se obsesiona con la vida de Simpson.
Con más obviedades que sutilezas, las vidas de una y otra mujer se entrecruzan en un relato que transcurre entre los años treinta y la década del noventa. Cuando viaja al pasado más lejano, el film toma prestados elementos visuales del documental y saca partido de trajes, escenarios y paisajes y logra sus mejores secuencias, especialmente por el notable carisma de Andrea Riseborough, la actriz encargada de interpretar a la intrigante Wallis Simpson. Aun con ciertos pasajes que abusan del clima creado por la fotografía de Hagen Bogdanski sin sostener las imágenes con coherencia narrativa, cada aparición de Riseborough en pantalla da una pista de lo que esta película podría haber sido en manos de un director más experimentado y menos preocupado por imponer su estrecho punto de vista en cada cuadro.
Cuando la acción se traslada al pasado más reciente, la buena actriz Abbie Cornish (Bright Star) poco puede hacer para sostener a su penoso personaje, una mujer de fines del siglo XX con actitudes victorianas. Obligada a dejar su trabajo por su marido que la ignora y maltrata en igual medida, la joven se pasa media película reverenciando los objetos de la histórica pareja. Una fijación que aparentemente comparte con la directora de El romance del siglo, a la que el entusiasmo estético por el pasado no le dejó tiempo para ocuparse de construir un guión a la altura de su ambiciosa propuesta.