CLISÉS DEL (VIEJO) NUEVO CINE ARGENTINO
La obsesión por los rostros y los archivos familiares que ya se vislumbraban en la anterior película de Melisa Liebenthal, Las lindas, se reitera en El rostro de la medusa aunque con resultados poco convincentes. En esta ocasión, las fotografías de la realizadora, más que un motor productivo, son el telón de fondo para una ficción en la que una joven llamada Marina encuentra que su rostro ha cambiado.
Si el punto de partida resulta interesante, el tratamiento da cuenta de un desarrollo donde la idea de exploración pretende ser más importante que contar una historia. Es decir, se trata de esa clase de película donde las intenciones son más relevantes que aquellos que vemos. Y esto se nota en la apuesta, porque más allá de la anécdota central, hay imágenes que obedecen a un registro documental más cercano a un informe antropológico que al drama individual insinuado.
Son varios los clisés del (viejo) nuevo cine argentino: frases escuetas, diálogos banales, humor solapado, personajes a la deriva atravesados por angustias urbanas y actuaciones parcas. Su espíritu lúdico y su voluntad reflexiva son cuestiones que quedan relegadas a un ejercicio ensayístico. Hay alguna escena simpática (aquellas en las que aparece la familia de la directora), pero, en una visión de conjunto, priman un manejo posible de materiales que conducen a una abstracción carente de alma y de emociones y una forma desganada de comprender cómo funciona el absurdo. Incluso, los primeros planos sobre los animales son portadores de ese gesto ligero y apático.