Después de dos películas muy fallidas, el director de VIKINGO regresa a un territorio más conocido aunque geográficamente diferente al de sus filmes previos, ya que su nueva película transcurre entre una cárcel y los barrios marginales de las afueras de una ciudad rionegrina. El material genera una serie de intrigantes y potencialmente fascinantes cruces para un policial: Nehuén, curandero del pueblo de familia indígena, es encarcelado, acusado de envenenar a una anciana y de abusar de un chico. Allí se enreda con Ramón, un lider carcelario que está por salir y no quiere meterse en problemas. Pero también deberá vérselas con Henderson, hijo violento de una familia acomodada con sed de venganza hacia Nehuén.
Varios personajes se van sumando el entramado de traiciones, arreglos, peleas y trampas, incluyendo a la familia de Nehuén, el padre de Henderson, otros presos nuevos y veteranos, guardias y familiares. Si bien por momentos las subtramas son demasiadas, por lo general el relato es claro y avanza con precisión narrativa hacia un enfrentamiento final en el que varias cosas se ponen en juego: corrupción policial, violencia, lucha de clases, los problemas entre los habitantes de pueblos originarios como Nehuén y los que no lo son y así.
Como sucedía con EL PERRO MOLINA, este es otro de esos filmes en los que Campusano parece manejarse cómodamente en el terreno policial, con una destreza técnica en lo visual que ya luce muy profesional y hasta con elegantes planos secuencias, a años luz del “cine bruto” que se pregona desde el nombre de su productora y que era más evidente en sus inicios. Pero como en ese filme, esa forma más clásica de narración visual se choca con las acostumbradas actuaciones desparejas y los excesivamente formales diálogos entre los protagonistas lo que genera una gran dificultad en lograr la credibilidad necesaria para entrar en el mundo de la ficción.
Si bien es entendible la búsqueda de naturalidad de los no-actores que profesa el director, mientras más profesionales lucen sus películas más resaltan e incomodan ese tipo de performances “recitadas” y esos diálogos acartonados y sentenciosos. Y es una pena porque tanto la trama como los temas que pone en juego Campusano aquí son lo suficientemente atractivos como para generar una película de más alto impacto, algo que se pierde muchas veces por esta búsqueda o tono que, a esta altura, no logro terminar de comprender.