Hay que tomarlo como viene, o dejarlo
Con una recreación verosímil del ambiente carcelario, la película logra mantener una tensión constante.
José Celestino Campusano forjó la leyenda de su “cine bruto” con historias del Gran Buenos Aires, descarnadas, protagonizadas por no actores y producidas de forma comunitaria. Prolífico, desde 2011 viene estrenando una película por año. Y tratando de ampliar su radio de acción: ya en Placer y martirio se había alejado del conurbano caliente para trasladar la acción a Puerto Madero, y ahora se aleja por primera vez de Buenos Aires. El sacrificio de Nehuen Puyelli, que viene de participar en la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata, es un drama carcelario que transcurre en la Patagonia.
El personaje del título es un descendiente de mapuches con supuestos poderes sanadores, pero es denunciado por la muerte de una anciana y el supuesto abuso sexual de un adolescente discapacitado, y termina en la cárcel. Ahí deberá sobrevivir navegando entre los dos grupos que se disputan el liderazgo en los pabellones: en realidad, el verdadero protagonista no es Nehuen Puyelli sino Ramón Arce, uno de los presos, con ascendiente sobre los demás y buenas relaciones con las autoridades del penal.
Si hay algo logrado en esta película es la verosimilitud de la recreación del ambiente carcelario, con su jerga, sus relaciones de poder, su dinámica propia. Hay una tensión palpable en la mayoría de las escenas que transcurren barrotes adentro, con los reclusos, los guardiacárceles y el director de la institución como personajes bien construidos, complejos, con claroscuros. Los villanos son decididamente malvados, pero tienen una potencia que justifica su linealidad.
Los inconvenientes aparecen cuando Campusano intenta transmitirnos un mensaje acerca de la discriminación y la opresión que viene soportando desde hace siglos los pueblos originarios. Un mensaje quizá noble, seguramente loable, pero introducido con fórceps en diálogos pueriles, demasiado directos, obvios. Otra cuestión es el trabajo de los no actores: algunas actuaciones son buenas, creíbles, pero hay unas cuantas que no están a la altura de lo que la película se merecía. Es parte del estilo Campusano, y pedirle algo distinto parece estéril: hay que tomarlo así como viene, o dejarlo.