Líos de la eterna juventud
Por obra y gracia de un rayo que tiene mucho de capricho de guión, la protagonista de esta extraña cruza entre melodrama y fantasía aparenta 29 años en lugar de los 108 que cuenta el almanaque. Y las cuestiones del corazón se le complican.
No está demasiado bien guardado el secreto de Adaline. Al menos no para los espectadores, ya que se evidencia justo ahí, en el título original, a la vista de quien quiera verlo. La cuestión es que la señorita del título tiene unos cuantos pirulos más que los que el cuerpazo de la actriz Blake Lively (Gossip Girl) haría suponer. Más precisamente, 108. Si todo esto suena absurdo se debe a que simplemente lo es: Adaline andaba por los 29 años a mediados de la década del ’30 del siglo pasado cuando un accidente la hizo ver la luz blanca de Víctor Sueiro. Y, tal como ocurrió con el periodista, volvió al mundo de los vivos, en este caso por obra y gracia de un rayo que de yapa alteró sus genes impidiéndole la posibilidad de envejecer. Así, atravesó los últimos ochenta años ocultándose de todos, cambiando de identidad, siempre joven y lozana, encontrándose esporádicamente con una hija que ahora, pleno siglo XXI, parece su abuela (Ellen Burstyn), con la única compañía de un perro y la firme convicción de no caer en las redes del amor, tal como ilustran todos y cada uno de los flashbacks puestos más por una norma tácita de este tipo de historias de largo aliento temporal que por pertinencia narrativa.Hasta que finalmente cae. El culpable es un matemático devenido filántropo después de pegarla con un algoritmo capaz de predecir comportamientos financieros. Los jueguitos de seducción dan sus resultados y la muchacha, que en realidad no lo es, se rinde a sus pies. Pero habrá algunas cuestiones pendientes que se materializarán cuando promedie el metraje y que para creerlas se debe suspender cualquier atisbo de incredulidad. Si es que no se hizo antes, claro. El secreto de Adaline es una suerte de derivado de El curioso caso de Benjamin Button, que encuentra un extraño mérito en la mesura y circunspección con que se aproxima a su disparatado argumento. Todo lo contrario a la gravedad impostada del punto negro en la filmografía de David Fincher. Con una idea central de amores fulgurantes pero imposibilitados por el contexto, el opus cuatro de Lee Toland Krieger es el opuesto de su película anterior: si el intento de amistad posseparación de los protagonistas de Celeste & Jesse Forever, editada aquí en DVD como Esposos, amantes y amigos, buscaba nutrirse de situaciones cotidianas y de empatía fácil, aquí, en cambio, se apuesta por la distancia sobrecargada de un melodrama clásico punteado con recurrencias del cine fantástico.El problema es que esa distancia se confunde con frialdad y fantasía con arbitrio, moviendo la lógica del guión según la conveniencia del relato y no al revés. Así, entonces, queda la sensación de que la protagonista es menos una criatura penitente y atravesada por una cualidad ajena a su control que una muñequita destinada a moverse en los límites predeterminados de un film cuyo objetivo máximo es trazar un paralelismo astronómico de calidad cuanto menos dudosa, convirtiendo a El secreto de Adaline en una de esas ideas con algunas líneas de potencial interés que, vaya uno a saber por qué, terminaron desechadas durante las reuniones de preproducción.