El irregular viaje de Adaline
No dejan de llamar la atención un conjunto de decisiones en El secreto de Adaline, que terminan distinguiéndolas de otros exponentes del cine romántico más actual: en una época donde parece alternarse entre dos extremos, con algunos films apostando por un romanticismo tan edulcorado que termina siendo artificial e inverosímil -ver la idea que han construido sobre el amor films como Crepúsculo y Cincuenta sombras de Grey-; y otros deconstruyendo la concepción del romance y la pareja desde el cinismo -Perdida es un ejemplo extremo en cuanto al análisis del discurso, mientras que la argentina El crítico también tiene una visión bastante retorcida para aportar-, lo que hace la cinta de Lee Toland Krieger (tomando cierta distancia de su anterior obra, Esposos, amantes y amigos) es elegir un tono medido y pausado, sin exageraciones y hasta distanciado, como si no estuviera tan preocupada por interpelar al público joven contemporáneo.
Esto se nota principalmente en la interpretación de Blake Lively, quien encarna a la mujer del título que nace a principios del Siglo XX y que luego de un extraño accidente deja de envejecer, con lo que teniendo más de cien años de vida sigue pareciendo alguien de veintipico, con todos las pérdidas familiares y personales de diverso tipo que eso acarrea. Su actuación es muy medida, con gestos sutiles, casi rozando la frialdad, como si buscara recuperar ciertos modales femeninos de los treinta, a lo que se suma un elaborado trabajo con su vestuario y maquillaje, que intenta interpelar al cine clásico, resaltando cómo su personaje conserva una apariencia exterior que va a contramano de su mirada sobre el mundo. En verdad, en todo el relato -incluso en una voz en off narrativa que rara vez se permite utilizar un tono épico- hay una notoria preocupación por no caer en los desbordes, por ir construyendo la rutina de una mujer que quiere transitar el mundo de la manera más invisible posible, cambiando cada cierto tiempo de identidad, aunque inevitablemente termine topándose con el amor.
Pero claro, ahí es cuando aparece el primer gran problema: cuando hace acto de presencia la figura masculina, poco tiene para aportar, no sólo porque el personaje de Ellis Jones es sumamente esquemático sino porque Michiel Huisman carece de carisma y no está a la altura de lo que exige Lively como contraparte, con lo cual es difícil entender por qué Adaline se enamora de él. A continuación, vienen las vacilaciones, no sólo en la protagonista, sino también en la película, que durante unos cuantos minutos pierde fluidez, no termina de encontrar el rumbo y cae en un profundo pozo, siempre girando en el vacío y sin generar empatía en el espectador.
Es cuando entra en juego Harrison Ford -cuándo no-, como un personaje decisivo en el pasado de Adaline, que el film recobra el brío necesario, encarrilando definitivamente para el lado del drama romántico pero con una personalidad distintiva en su mesura y alimentándose de la clásica personalidad del actor. Aún así, con sus méritos y riesgos, El secreto de Adaline se queda un poco a mitad de camino: no es mala y posee unos cuántos puntos de interés, pero a la vez da la impresión de perderse la chance de ser un film memorable. Con todo, gracias a su algo esquemática pero firme mirada sobre la vejez, la pérdida y la posibilidad del amor, está unos cuantos escalones por encima de la media actual en el género romántico.