Un drama humano del siglo XIX
Película sensible y austera, en la que se siente, más que nunca, la desesperación de la mujer sola, aceptada por la fuerza laboral únicamente como hombre (son tiempos de la gran hambruna irlandesa de 1845) y cuando los derechos sociales estaban ausentes.
Un pequeño hotel en Dublín con buena clientela. Entre el personal de servicio: Albert Nobbs, insignificante servidor, eficiente y callado. Nadie sabe nada de su vida, tampoco él. Luego el espectador conocerá sus orígenes, el abandono por alguien que se encargó su crianza y la sola presencia de una madre en un pequeño retrato que conserva. Luego vendrá la necesidad de subsistir en la pobre Irlanda de mediados del siglo XIX.
UNA EPOCA PRETERITA
Nada parece faltarle al austero Nobbs, que ahorra dinero para independizarse. Nada hasta que conoce la felicidad familiar de Hubert, el imponente pintor de brocha gorda que hace todos los trabajos pesados en el hotel y vive con su mujer en los suburbios. Hubert también tiene un secreto, como Nobbs. Los parecidos se encuentran.
Basada en el cuento de George Moore (1852-1933), el filme de Rodrigo García, es una exquisita pieza dramática, de impecable diseño y un prodigio de maquillaje (Nobbs). Llevado al cine por el trabajo incansable de Glenn Close, que representó la versión teatral veinte años atrás, su interpretación es una síntesis de vida interior y emocionalidad. Pocos pueden haber expresado tanto, sólo con sus ojos o su actitud corporal. Pero todo el equipo actoral se destaca, especialmente ese Hubert, que compone la actriz Janet McTeer, suerte de Gertrude Stein de la clase trabajadora, que parece salida de obras de Henry James como ‘Las bostonianas’.
Película sensible y austera, en la que se siente, más que nunca, la desesperación de la mujer sola, aceptada por la fuerza laboral únicamente como hombre (son tiempos de la gran hambruna irlandesa de 1845) y cuando los derechos sociales estaban ausentes. Una Irlanda dependiente de la Inglaterra que castigara las elecciones sexuales de Oscar Wilde con la cárcel y como asegura Janet McTeer, dejara en paz el lesbianismo por la simple razón de que la reina (Victoria) no creía en su existencia.