Antes del estreno de “El secreto de Albert Nobbs” sabíamos que Glenn Close estaba nominada al Oscar como mejor actriz, rubro en el que competía con Meryl Streep por su trabajo en “La dama de hierro”. Luego vino todo un cúmulo de información irrelevante como que esta idea fue antes una obra de teatro y otras yerbas.
Lo cierto es que ambas tienen en común la construcción de un “traje a medida” en términos de actuación en desmedro del producto final.
El secreto en cuestión no tarda en develarse al espectador. Albert Nobbs debe su existencia a una mujer que encuentra “disfrazándose” de “él” una manera de abrirse paso en una Irlanda del siglo XIX, en la cual la mujer no juega prácticamente ningún papel. Sin doble discurso, digamos que es un hombre incluso parco, temeroso de estar vivo, tomar decisiones y sobre todo de ser descubierto.
Adivinamos también la mujer que lo encarna (el personaje, que encarna a su vez un personaje) también actuaría de la misma manera pero con muchas menos oportunidades. Oculta celosamente el dinero que obtiene en calidad de propinas en el hotel donde trabaja empleando como caja fuerte un sector del piso de la habitación en que vive, soñando con algún día establecer un negocio, independizarse, comenzar una vida más digna y llevadera e incluso constituir una familia.
La complejidad gestual y corporal de Nobbs precisaba de una estupenda actriz como Glenn Close. Aquí es donde podría cuestionarse la conveniencia de algunas decisiones sobre la construcción del ser. Sabemos que Albert es Glenn Close y hay pocos momentos en los que no la vemos a ella actuar como hombre. Es decir, la obra requiere varios momentos de la complicidad del espectador para aceptar llegar al punto que pretende el director, mostrar que para realizarse en este mundo, para trascender más allá de los hechos, la mujer debe “no ser”. La entrada de un hombre que hace changas como carpintero y albañil será lo que funciona como disparador afirmativo de la esperanza de éxito para el plan de Nobbs.
Todo juega a favor de un guión correctamente construido en el que queda poco lugar para las preguntas, y menos aún para la reflexión. La reconstrucción de época, el vestuario y un destacado maquillaje ayudan a crear el mundo frío e indiferente en el que se mueven los personajes. Con todo armado para el lucimiento de la actriz de “Relaciones Peligrosas” (1988) “El secreto de Albert Nobbs” termina por auto consumirse en su propio jugo, dejando una actuación de colección respecto de una obra de menor valía al someterla a un examen riguroso.