Julia (Natalia D’Alena) vuelve a la casa de su infancia, en las afueras de un pequeño pueblo del interior, junto a su pareja Ana (Daryna Butryk). El objetivo es vender esa propiedad cargada de recuerdos lo antes posible, un trámite en principio sencillo pero que terminará demorándose debido a un retraso en la llegada de los compradores.
Al lado de ese caserón vive el ex comisario José (Santiago Schefer) con su hija adolescente (Luciana Grasso). Todo marcha bien durante el encuentro entre los cuatro, hasta que varios cuadros de esa chica desnuda pintados por su padre encienden las luces de alerta en esas mujeres. ¿Quién ese hombre? ¿Qué hay detrás de esa aparente bonhomía?
El secreto de Julia aborda la problemática del abuso sexual y la violencia de género mediante los códigos narrativos habituales del thriller. El relato es algo irregular, por momentos pantanoso, nunca sutil, siempre arbitrario, y funciona mejor en sus partes separadas que como un todo amalgamado. Lo mejor de la película del prolífico Ernesto Aguilar –que por estas horas estrena Tráfico de muerte en el Festival Buenos Aires Rojo Sangre– es el personaje de José, que hasta que desata su villanía suma pliegues de perversión a su misteriosa existencia.