Después de muchos años, Julia vuelve a la casa de su infancia, en las afueras de un pequeño pueblo del interior. Allí es donde de niña sufrió el abuso sexual de parte de su padre, recientemente fallecido. Como la intención es vender la vivienda, Julia se instala junto a su novia Ana durante unos días, con la esperanza de concretar la operación inmobiliaria. Pero habitar nuevamente ese lugar la obligará a enfrentar a sus fantasmas y recuerdos más oscuros, que irrumpen en el presente de un modo mucho más real que lo que podría haber imaginado.
El prolífico realizador Ernesto Aguilar encara acá un drama con muy poco estilo, actores que no resultan creíbles en ningún momento y un guión que cada vez se vuelve más forzado. Una producción de baja calidad que aparece en la cartelera a fin de año y cuyo objetivo, más allá de coquetear con cierto morbo en temas de actualidad, es imposible de descifrar. La duración de la película está muy por encima de lo que la historia y el interés que despierta pueda tolerar. Las vueltas de tuerca no hacen más que empeorarlo todo.