¿Qué tendrá el petiso?
A simple vista El secreto de Lucía (2013) parece ser del tipo de estreno argentino del montón, hecho con buenas intenciones pero sin la calidad de otras producciones nacionales, de esos que pasan desapercibidos por la cartelera comercial. Pero vale la pena –nunca mejor dicho “la pena”- echarle un vistazo y descubrir que no es un film intrascendente. Arriesga tanto en sus pretensiones que muestra las grietas de su producción dejando al descubierto carencias que podrían haberse evitado.
A saber: la película cuenta con un gran elenco compuesto por Carlos Belloso, Emilia Attias, Adrián Navarro, Tomás Pozzi, Roberto Carnaghi, Manuel Vicente, Naím Sibara y Arturo Bonín. Narra la historia de un ventrílocuo (Belloso) que convoca para su gira por el interior de la provincia de Buenos Aires a un petiso (Pozzi) para hacerlo pasar por muñeco corriendo el riesgo de ser desenmascarados. En su camino ambos personajes se cruzan con Lucía (Attias) una atractiva cantante que será objeto de deseo de más de un hombre: los citados y el periodista que comienza a relatar la historia (Navarro).
El mayor problema de la película es la debilidad de su conflicto, que no alcanza para mantener ni justificar ninguna de las acciones que vemos a continuación. Sin embargo el relato comienza correctamente planteando un cuadro de situación costumbrista en la argentina de 1969, con algunos estereotipos –el pobre, el chanta- que no desentonan. Pero la película no se conforma con sutilezas y va por más, como un equipo fútbol dispuesto al ataque que lejos de ser vencedor termina desnudando sus fallas defensivas. El secreto de Lucía padece algo similar a lo señalado por cronistas deportivos: la falta de argumentos sólidos.
Luego de este comienzo trillado pero prometedor, la historia se interna en el melodrama. El film comete el pecado de tomarse demasiado en serio premisas narrativas banales: que el hombre de baja estatura esté ahorrando para operar a su hermanito con el fin de hacerlo crecer y no se convierta en objeto de burlas como él; la anécdota de cómo murió su padre -que no mencionaremos aquí- es ridícula como metáfora y peor si se toma en serio; el drama de Lucía de no poder regresar a su pueblo –Chacabuco- porque el dueño del periódico del lugar (Vicente) no quiere que novie con su hijo (Navarro); y más aún si tales líneas argumentales se mencionan entre llantos descarnados.
La película continúa su rumbo ya no dudoso sino incontable cuando cae de lleno en el policial pasional. Las pistas y el supuesto misterio que construye la trama son tan débiles como el incomprensible desenfreno sexual que provoca su protagonista. Y no porque Emilia Attias no sea hermosa –de hecho lo es- sino porque no hay motivos para que produzca la pasión que causa en los hombres de su alrededor (el petiso inclusive). Hay problemas en la película para pasar de un tono de relato a otro, para trasmitir emociones –con hacer primeros planos de actores llorando que recitan diálogos trágicos no es suficiente-, y sobre todo para resolver algunas escenas, como el final de la película por ejemplo. Es en este tramo final que se pierde absolutamente toda sutilidad narrativa, se expresa todo de manera frontal y tajante, y el film falla, causando gracia donde correspondería emocionar, y generando un distanciamiento donde debería capturar la atención.
Queda mencionar el tema de la carencia de altura (el personaje ni siquiera es enano, simplemente petiso). ¿Por qué plantearlo desde el drama tan obvio, con asunto discriminatorio en el medio? ¿No era esperable cualquier línea de diálogo relacionada a su estatura? Quizás si El secreto de Lucía hubiese tomado el tema sin la seriedad discursiva que lo toma, sería más digerible, más objetable. Pero no, es en su afán de ir en busca de efectismos dramáticos fáciles termina errando feo. Eso si, cualquiera que diga que es una película más del montón, estará equivocado. Por las mismas razones que es condenada será recordada en el tiempo. Al menos por quienes la vimos.