La bella y el muñeco
El secreto de Lucía (breve digresión: después de la Campanella , ¿no habría que evitar el título El secreto de...por unos cuantos años?) transcurre en una atmósfera siempre atractiva: la de los charlatanes de feria, estafadores de poca monta, esos personajes que pueden ser más o menos simpáticos pero siempre son fascinantes.
En este caso, el pillo es Juan (Carlos Belloso), un falso ventrílocuo que se presenta con su muñeco Juanito, que en realidad es un enano disfrazado. Al modo de los antiguos artistas trashumantes, recorren juntos los pueblos de la provincia de Buenos Aires a bordo de su propio colectivo, embaucando a los escasos espectadores que se dignan a asistir a sus funciones. En una de sus andanzas conocen a Lucía (Emilia Attias), una cantora tan hermosa como desamparada, dueña de un misterioso pasado, y la suman como una atracción más de su pobre espectáculo.
Lo mejor de la película son las actuaciones del dúo protagónico masculino. No es una sorpresa que Belloso sea solvente en su papel, el de un villano que inspira más lástima que odio o temor. Sí resulta toda una revelación Tomás Pozzi, un actor argentino que desarrolló la mayor parte de su carrera en España, país al que emigró en 2001. No sólo es creíble dramáticamente, sino que cumple a la perfección, con gran plasticidad, el papel de muñeco.
A Emilia Attias también le caben elogios, pero por su voz: la ex Casi ángeles sorprende al interpretar con gran encanto y destreza las bellas canciones originales de la película, escritas por el director, Becky Garello, con música del talentoso Iván Wyszogrod (uno de los compositores más requeridos del cine nacional).
Y hasta ahí llegan los puntos altos de El secreto de Lucía. Porque el guión de Graciela Maglie y el propio Garello -ésta es su opera prima- da giros forzados; los personajes toman decisiones inexplicables y, como resultado, todo carece de verosimilitud.