Año 1969. Un chantún llamado Juan Benedetti -que dice varias veces su nombre a lo largo de la película, como si fuera importante o una gran creación del mundo de los nombres- le propone al bueno de Mario -al que le dicen "enano", pero nada más es muy petiso- abandonar su mundo de changas esforzadas por "el mundo del espectáculo", para así ganar dinero a mayor velocidad: el hombre bajito se hará pasar por el muñeco del hombre más alto, que se hará pasar por ventrílocuo. Con este punto de partida, es necesario aclarar que cualquier semejanza con la obra maestra de Leonardo Favio Soñar, soñar es solamente un sueño.
En El secreto de Lucía -título curioso o más bien poco dscriptivo-, hombre y pretendido muñeco emprenden una gira por rutas de pueblo o por pueblos que apenas empiezan y terminan en rutas. En un parador de mala muerte conocen a Lucía, que canta un extraño flamenco que parece más bien rock indie sensible contemporáneo. Lucía es Emilia Attias, de una belleza refulgente, absoluta, difícil de exagerar. Lucía tiene problemas con el dueño del parador de mala muerte -Roberto Carnaghi en versión desagradable, en consonancia con otros personajes de esta película- y una historia previa de poco interés (para el espectador) en Chacabuco.
La película es de una enorme elementalidad -chatura- en todos sus aspectos: situaciones, diálogos, gestos, actuaciones, tristezas, revelaciones, esa voz en off que no se necesitaba. Nada desentona si uno acepta un devenir torpe, pero no tanto, todo se mantiene en un nivel de blandura alarmante, no levanta el menor vuelo, no ofrece la menor intensidad ni la menor fluidez: éste es un film de notas inexactas, una tras otra, pero que tampoco llegan a la disonancia. Y cuando quiere volverse intenso -policial pero sin sorpresa alguna, porque lo anuncia la voz en off al principio- es de una falsedad evidente. Todo es precario, pero sin llegar a ser bochornoso. La posibilidad de ese tipo de desvío, que sería una salida al sopor, tampoco está: El secreto de Lucía es una película que carece de cualquier tipo de vitalidad (y que, extrañamente, a pesar de ser demasiado explicativa todo el resto del tiempo, carece del contraplano de Benedetti/Belloso cuando llega y descubre a los otros dos en el colectivo).
Si estos "artistas ambulantes" del relato tenían éxito era tal vez porque no había mucho más para entretenerse en esos años en los pueblos. Hoy en día -en que lo principal es elegir qué ver, qué escuchar, qué leer entre una sobreabundancia de opciones, entre una disponibilidad enorme e inmediata-, una película como ésta se estrena un jueves de siete lanzamientos argentinos. Siete. El disparate no aparece en la película, pero continúa con buena salud en la política cinematográfica local.